-¿Mamá, qué es esa agua que cae del cielo gris?
-Es la lluvia.
Me alegré de que existiera una palabra para esos alfileres mojados que atacan la tierra. Siempre había soñado con tener un paraguas. Hacía mucho tiempo que no llovía y por eso mi madre lloró cuando sintió las primeras gotas de agua sobre su piel. Mi madre nunca lloraba. Me dijo que la última vez que llovió en el pueblo yo todavía crecía dentro de ella.
- ¿Ah, entonces estabas solita?
- No
- ¿Mamá que te pasa que tienes la cara mojada de lluvia?
- No cielo, ya no llueve… estamos en casa.
Habíamos entrado en casa y aun no conocía la palabra lágrima. La casa estaba extrañamente fría y pegajosa. Mis manos se quedaron frías toda una semana mientras llovía sin parar. Mamá había dejado de llorar.
***
Ella y yo siempre hacíamos todo juntas. Cuando hacía mucho sol, me gustaba ir al campo a recoger margaritas, cuando regresábamos escogíamos las más hermosas y las poníamos en la mesa de noche de su cama, pero siempre al lado contrario del que ella dormía. Al día siguiente, cuando yo entraba para avisarle que el sol ya había salido, siempre la encontraba sonriendo dormida y había pétalos de margarita en la larga almohada que tenía; siempre al otro lado de la cama. Yo le abría los párpados y le decía :
– ¡Mami, ya es de día!
Ella suspiraba y me daba un apretón que me dejaba sin aire. Por eso me gustaba ir al campo a recoger margaritas. Un día, antes de salir a buscar margaritas sonó la puerta de casa, salí de mi cuarto corriendo para ver quién era. No lo pude ver, pero mamá lloraba.
- ¿Mami, quién era?
- Nadie, sólo la lluvia.