jueves, 1 de julio de 2010

Calafia, Reina de las Amazonas


Un buen amigo, gran conocedor de las mujeres y del Caribe, vive deslumbrado y cuestionándose constantemente cómo "una Amazona Caribe sacada de una novela de García Márquez" como yo puede estar soltera. Cada vez que me lo dice no puedo si no sonreír y evitar sonrojarme demasiado. Pues, lejos de donde me sitúa ese comentario me encuentro yo y desde mi lugar en la Tierra trato de mirar hacia ese pedestal en el que la raza masculina tiende a treparme.

Bajo ningún concepto me considero merecedora de tal piropo por encima de cualquiera de mis amigas... las de verdad; casi todas caribeñas -las que no, están cortadas con la misma tijera mojada en aguas tropicales-. Me atrevería incluso a decir que no estoy por encima de ninguna de las mujeres de mi familia... quizás ahí es que reside el problema. Como en Macondo, me he rodeado y desarrollado al rededor de mujeres amazónicas y hombres orgullosos de sus compañeras, hijas, hermanas, madres... amigas. Ninguna de las relaciones interpersonales entre éstos ha sobrevivido sin respeto, amor, igualdad y muchas muchas ganas de seguir adelante. Los que se han quedado rezagados no lo entienden y lo despachan como si desecharan un libro de cuentos fantásticos o surrealistas. No saben, como algunos de mis estudiantes, que Macondo existe y es tan real como las mariposas amarillas que persiguieron a Mauricio Babilonia por toda la eternidad. Igual de tangibles que las flores amarillas que caen de los árboles en primavera y alfombran el suelo del patio de la escuela igual que cubrieron a Macondo al amanecer del primer día después de la muerte de José Arcadio Buendía.

Somos mujeres que, como Úrsula Iguarán, no nos paramos a pensar en la alquimia oculta de las cosas porque siempre hay algo más urgente, un niño a quien querer, un trabajo que entregar, un poema que escribir, un informe que redactar, un jefe que atender, una cuenta que saldar, un papel que llevar, un archivo que organizar, un armario que recoger, un cóctel que mezclar, un buen vino que saborear, un beso que dar, un abrazo que recibir, una comida que preparar, un hermano al que buscar, un viaje que planificar, una carrera que terminar, un periódico que leer, una familia que criar, una fiebre que bajar, un fuego que apagar... "Echadas pa'lante" dirían en Sevilla.

Somos conscientes de nuestra estirpe antes de tenerla, tanto que la podemos imaginar. Pasándole por encima a las feministas y a los power suits pongo la maternidad al mando. La encumbro como un regalo que decidimos o no abrir, que nos ayuda a ser un poco más cuidadosas -pero sólo un poco- y que a lo mucho nos da un sentido auditivo un poco más agudo. Regalo que queremos con el mismo miedo ancestral que le tenía Úrsula a críar iguanas y que nos hace enfrentarnos a la muerte con los pantalones bien puestos.

Vengo de una fuerte línea matriarcal, de mujeres longevas y bailadoras que no saben parir menos de cuatro hijos; porque donde comen 11 comen 15 y la comida nunca falta, pero tampoco sobra. Mujeres que han sabido escoger a sus iguales y luego han podido mantenerlos entretenidos mientras arreglan el mundo cría a cría, diente a diente, estudiante a estudiante, cheque a cheque. Administrando amor y cariño en dosis sin medida pero con mesura. Malcríando a los nietos y dándole el ejemplo a sus hijos de que la vida se gana día tras día, minuto a minuto, pasando del mal trago al peor y esperando que cuando llegue el bueno sepamos reconocerlo y disfrutarlo. He crecido en medio de una familia con fuerte tesón sobrenatural y con mucha vida espiritual que ha servido de combustible para movilizar y potenciar el desarrollo de una descendencia saludable y eminentemente humana... aunque haya veces que creo ver alguna que otra momentánea cola de reptil.

Fui niña cuando tuve que serlo, mujercita justo a tiempo y ya no queda duda de que me toca ser mujer. Mujer que quiere ser mujer, ni más ni menos: hija de mi padre y de mi madre y de Dios. El que no lo pueda tolerar que para acá no mire, pero se tendrá que poner unas gríngolas enormes porque me consta que no estoy sola. Como yo hay muchas, grandes y pequeñas, de todos los colores pero con una cosa en común: se nos hace bien difícil aparentar ser indefensas. No necesitamos a alguien que nos salve, aunque de vez en cuando nos entre la pereza. Tampoco que nos pongan en un altar y desde abajo nos adoren; me dan calor las luces del proscenio y allí abajo nos entendemos mejor. Mucho menos que nos metan en una isla mítica en la que sólo hay mujeres "inalcanzables" y ariscas, aunque, si es por el correcto, me iría donde fuera por amor. No quiero tener que trabajar también en casa, en la casa se vive y las cosas se hacen sin esfuerzo porque la recompensa llega todos los días, no sólo los días 15. Yo cocino si tu friegas... no te preocupes, cuando cocines tú friego yo. Quiero que me escuchen y se acuerden, porque cuando escucho, memorizo. Y sí, quiero que todas las canciones de Frank Sinatra nos apliquen en un momento u otro porque soy consciente de que la vida es una montaña rusa, pero como cualquier atracción, la mejor es en la que te quieres seguir montando... una y otra vez. Me encantaría hacer competiciones de quién bebe más cerveza y luego quitarnos la resaca con pizza fría en las mañanas, que me lleven en citas sorpresa y me pidan que me ponga un traje hermoso y encontrarnos frente al bar. Lo quiero todo en su momento y nada por adelantado. Y sí, me atrevo a esperar. Por primera vez en mi vida me atrevo porque sé que existe porque los conozco y me conocen, porque son mi padre, mi abuelo, mis tíos, mis hermanos y mis amigos... alguno será para mí.

Quiero encontrar o que me encuentre ese Galán de novela de Caballería que pueda con mi trote, pero que me lo pongan sugar-free. Es que, con el tiempo, me voy haciendo intolerante a las mieles que recubren a las iguanas que se disfrazan de hombres libres y me distraen con diamantes... no se preocupen que ya me los compro yo.

Una foto vale más que mil palabras...