martes, 15 de julio de 2008

Fin de temporada


Creo que no le tengo miedo a los aviones aunque siempre me consuela que me digan que no va a pasar nada. Sin embargo, le he cogido un poco de aversión a los aeropuertos. La sensación de estar siempre vigilada y de tener que vigilar mis cosas más que a mí misma me agobia muchísimo.

En estos últimos años que, por razones de estudio, he tenido que viajar tanto se ha acrecentado mi deseo de aprender a teletransportarme; a cerrar los ojos en Sevilla y abrirlos en San Juan. Ya ni me importa hacer maletas, siento que he perfeccionado el arte de empacar, sólo pienso en tener que sacar el portátil para ponerlo en la bandeja, quitarme los zapatos, las prendas, los abrigos... eso sí, no sueltes el pasaporte ni para subirte la cremallera! Es en los aeropuertos donde se magnifica la sensación de paranoia que caracteriza este joven siglo.

Por otro lado, le puedo ver cosas curiosas a viajar en avión... hasta divertidas (especialmente si tienes más de 12 horas). Te llevas los libros que te quieres leer, el Ipod, papeles para escribir, el portátil, la almohada para el cuello... todas esas cosas que por sí solas podrían ser una distracción, pero que en este caso componen el entramado de "actividades" que harán que el tiempo pase un poco más rápido. También están las películas (que en mis aviones normalmente son tres)... si tienes suerte te puede tocar una buena. La lotería de quién te tocará en el asiento contiguo... En este caso, tengo varias opciones: que no te toque nadie y así tienes más espacio o que te toque un tío guapo e interesante con quien charlar... también puede ser una muchacha, pero no sería tan divertido.

En mi experiencia he tenido la oportunidad de conjugar todos esos elementos anteriores en varios órdenes. A veces termino no usando nada de lo que llevé y otras lo agradezco. Realmente no se puede planear lo suficiente para montarse en un avión, por eso tengo una sola regla: mi espalda es muy preciada y no puedo ni quiero tener que cargar mucho. De modo que hago una selección según mis ánimos y me lanzo a la aventura... total, todo se ve mucho más bonito cuando te sientas en tu sitio y al fin puedes decir... "que sea lo que Dios quiera".

En pocas horas tendré que poner mi vida en las manos de los pilotos de Iberia y agradecerles que me lleven a mi casa en Puerto Rico. Con este viaje termina una temporada en mi serie, me voy de vacaciones y a la vez a preparar el guión para la siguiente. Si seré buena no lo prometo. Me cuidaré?... pues sí. Bailaré?... eso espero. Estudiaré? ... un montón. Escribiré?... pues claro. Me emborrachare? ......... Sé que me bañaré en las playas del caribe que tanto me hacen falta y veré a mi familia y a mis más queridos amigos mientras extraño a los que dejo en otras latitudes. Ellos, los que quedan en España, son los personajes regulares de mi serie y tendrán que esperar hasta septiembre para continuar con los capítulos. Por primera vez yo también me tendré que esperar. Por primera vez siento que me voy de vacaciones y que mi casa se queda en Sevilla. Que tengo un pedazo que tierra fuera de Puerto Rico que se siente propio, junto a él, un grupo de amigos que le dan sentido y hacen que quiera regresar.

A ellos les digo: Hasta septiembre!

domingo, 13 de julio de 2008

24




Son las horas del día
esas que pasan caprichosamente,
sin preguntarte si tienes prisa,
o si quieres que tarden el doble.

Las primaveras que recientemente
he aprendido a apreciar.
Los otoños que supuestamente han pasado,
aunque, gracias a Dios, sólo he sufrido tres.
Los veranos que para mí son eternos,
porque tengo sangre tropical.
Festivos inviernos que he esperado todo el año,
por los que vivo, por los que trabajo.

Veinticuatro
que son...
que hacen doscientasochentaiocho lunas
que han gobernado mis emociones,
mis antojos, errores, lágrimas y alegrías.
Lunas cancerianas que llevan dentro
el trópico en el que nací, que lo tatúan aquí,
en mis octubres y febreros.
Que me persiguen y se cuelan
en mis letras y dolores.

Las hojas de ese libro que escribo con mi sangre,
hojas de palmeras, de coco y flor de alelí.
De trinitaria blanca con todo y sus espinas.
o de bugambilia rosa, que son las mismas.
Enredos de papel de pétalos...
de los que he tenido que aprender
a reconocer mis torpezas y terquedades,
a escoger mis batallas para evitar que éstas
me escojan a mí y se apoderen de mis sueños.

Los besos de fin de año
de los que sólo he gastado uno.
Esos que estoy guardando para el músico apropiado;
el que no es aburrido y siempre tiene algo que decir.
Ese que me enseña a mirar dedicatorias,
a controlar las mariposas en el vientre
y a detener el tiempo cuando aspira...
a respirar el humo de la nostalgia.
Ese inalcanzable poeta que me ha devuelto la palabra
que me apoya sin saberlo y es ejemplo sin quererlo.

Veinticuatro... donde el último ha sido
duro, solo, mal acompañado y maestro;
evidente espejo de mí misma
en el que me obligué a observar
quién soy y qué quiero,
cómo me caigo y dónde me levanto;
con quién vivo y por qué lloro.
Este último, que fue el primero.

Una foto vale más que mil palabras...