domingo, 8 de junio de 2008

Bonita






Llevaba tiempo que no me fijaba en ello, pero antes de dormir siempre tengo el pelo bonito. No importa si ha sido un bad hair day, me miro en el espejo después de lavarme los dientes y me da la impresión de que estoy perfectamente peinada. Me empezó a parecer curioso, hasta molesto, en una temporada que tenía novio y me daba rabia que no me viera en ese momento porque es en uno de los pocos instantes que considero que me veo realmente bonita. Tonterías, porque para eso era mi novio y se supone que mi bonitura estaba implícita. Pero lo bien que se siente una cuando le dicen en los momentos más naturales y menos pensados que somos, y repito, bonitas.

Insisto en esta palabra hasta el punto en que, por no dejarla, me invento un sustantivo con ella porque toda mujer sabe que no es lo mismo que te digan hermosa que bonita. Aunque hay muchos apelativos para expresar cosas parecidas, la simpleza de dicho adjetivo lo hace aún más especial. Sexy peca de lo que peca y sobran las explicaciones; preciosa, hermosa, bella y otros sucedáneos, a pesar de ser poéticos, pueden estar, igual que la anterior, fuera de lugar según el contexto. Linda, mona y agraciada, desafortunadamente, se han empleado demasiado como piropos normalitos, típicos para cuando no se quiere quedar mal, tanto que han perdido la gracia que el diccionario les adjudica. Ahora bien, guapa tiene pase, aunque suena fuerte, fonéticamente hablando (por sus consonante explosivas y vocales fuertes), tiene el carisma perfecto para encajar en cualquier contexto. Eso sí, ya por opinión y capricho, en pocos momentos alguna de las palabras anteriores ha superado la eficacia comunicativa de el vocablo bonita.

Me gusta pensar que casi siempre que se nos dice bonita de frente, realmente estamos hermosas pero prefieren un término que añada ternura. Es esta última de la cual me agarro para fundamentar mi gusto por dicha palabra, lo tierno es indispensable desde el principio hasta el final, y no hay mejor piropo que lo mantenga que: “¡Qué bonita estás!” Me refiero a la ternura que alimenta un naciente romance que, ya sea apasionado o de inicio infantiloide, no debe carecer de ella. Es ésta la que da paso a la fantasía y al lirismo que sustentan la chispa inicial y va permitiendo el desarrollo de una amistad más allá de lo fraternal. Ella atenúa los roces de lo extraño y amaina los malos entendidos tan comunes de los primeros días. Al final, crea la expectativa y el deseo de cariño, hace que se establezca un intercambio real de sentimientos y sensaciones que dejan correr la subsiguiente pasión y el tan temido tiempo sin ningún infortunio.

Para añadir más, los puertorriqueños (especialmente nosotras) llevamos por dentro el cariño a dicha expresión gracias a la patria. ¿Qué mejor manera de llamar a nuestro terruño que Isla Bonita? Somos hijas de la tierra, nuestra nación es mujer; antes que llamarla país la nombramos nación. ¿No bailamos “Niña Bonita” con nuestros padres cuando celebramos nuestros quince años? Ese primer día que dejamos de sentirnos unas niñas bonitas y pasamos a ser unas señoritas bonitas. En algunas familias o en el campo, todavía se hace un quinceañero en toda regla. Las 14 damas, todas menores y correspondiendo a uno de los años de esas primaveras pasadas; el traje blanco y el cambio de zapatilla por zapato de tacón; en fin, un escenario de una quasi recepción matrimonial que responde a la tradición de entrada en sociedad de las mujercitas bien. Ahora, en la ciudad, se ha difuminado la tradición pero aún escuchamos la danza “Mi Niña Bonita” en honor al mejor piropo, el más cariñoso y el más adecuado para alguien especial. Claro, de más está decir que también tiene el beneficio de que puede trascender lazos romántico-afectuosos o familiares.

¡Qué tantas cosas bonitas! Apodar a Puerto Rico como Isla Bonita nos lleva, sin posibilidad de evitarlo, a pensar en el sol. Ese sol dorado que nos ilumina a diario y nos tuesta la piel. Evidentemente la Isla, la tierra, nos recuerda al verde tropical que la cubre, pero no puedo contener adjudicarle el color amarillo a todo lo bonito. La pasión es roja; lo sexy, negro; las cosas preciosas son púrpura o aluden a las piedras ornamentales, al brillo exuberante; lo lindo no puede ser más que rosado. Pero lo bonito es amarillo, dorado. No brilla excesivamente como lo precioso, no es tan fuerte como el rojo, no son tan artificiosas como las piedras o tan profundo como el púrpura. Es simplemente tan perfecto, como el sol, que en todas sus tonalidades ilumina, dese el blanco hasta el anaranjado. Ese amarillo del centro de una margarita que adorna lo justo para ser especial, o el de una rosa que trasmite amistad, cariño y aprecio.

Evidentemente no he llegado a esta conclusión sólo con mirarme en el espejo y ver que mi pelo se burla de mí antes de irme sola a la cama. Pero sí gracias a la pregunta inocente de ¿por qué será que siempre me veo bonita antes de dormir?


Una foto vale más que mil palabras...