
En estas fechas todos nos proponemos resoluciones para el año nuevo: mejorar esto, eliminar lo otro, escribir más, no llorar por nadie, rebajar... Lo hacemos pensando en lo malo del año que pasa y buscando un año nuevo mejor. En mi caso, tuve un gran año y me niego a pensar que sólo me queda bajar. Estoy clara que aún me queda mucho por subir, sin embargo no quisiera cambiar nada de este año que pasa. El 2009 ha sido duro para mi país y para el mundo, para mis amigas más cercanas y para todas las familias que han tenido que atravesar esta crisis mundial, moral y económica.
En lo que a mí respecta, me he encontrado como maestra, he terminado mi maestría he tenido que descubrir el romanticismo decimonónico hispanoamericano y también descubrir que me gusta. He visto a Puerto Rico desde la distancia y desde la cercanía; lo he echado de menos y de más. He visto relaciones terminar y me encuentro empezando una, mía, para mí. He sentido mi cabeza explotar de ansiedad y casi vomitar de todo lo que no me iba a dar tiempo de hacer, pero lo hice. He estudiado mis límites y he encontrado mi adultez. He visto que soy más felina de lo que quisiera y que mi aversión a los gatos es producto de que soy un gato. Pero, sobre todo, me he dado cuenta que para el año nuevo no quiero nada nuevo... que lo voy a empezar con una sola propuesta: seguir adelante con lo mismo que me había propuesto para el pasado. Quiero seguir practicando a hacerme caso a mí misma. Que "misma" esté contenta con lo que hace y que sea consecuente con lo que dice.
Por primera vez en mucho tiempo me siento que lo tengo todo, todo y más. Se me hace bien difícil escribir cuando estoy feliz porque siento que suena cursi, fácil y con una simpatía plástica. Quiero decirlo todo pero no consigo sentarme. Pero este año 2009 en el que parece que la maestría secó mi pluma, quería terminarlo con unas palabras; vacíarme para empezarlo en blanco.
Leyendo sobre todas las cosas que te recomiendan los astrólogos, esas limpiezas con alcanfor, o baños con ungüentos, se me ocurrió que lo mejor es empezar de cero. Lo que hace que la lista de cosas por hacer, ese "to do" que mal llamamos resoluciones, sea una cosa más que evite que uno empiece realmente en blanco; porque al fin y al cabo, mañana es otro día más. Saldrá el sol por el mismo lado y así se pondrá.
Vivimos en una época en la que se le está dando demasiada importancia a cosas que realmente no la tienen, y se está dejando de lado un mundo entero. Tenemos que redescubrir el capital humano con el que contamos porque el hombre, en definitiva, es lo que más vale. Lo más que me gusta del 31 de diciembre es el 1 de enero. En mi familia tenemos una tradición de reunirnos nuevamente y traer todas las sobras de las fiestas navideñas para hacer una olla podrida (una especie de cocido enorme en el cabe de todo), literalmente nos comemos hasta las sobras del año que se va, lo aprovechamos todo. En esta comida de pobres que rehacemos con un sofrito nuevo, compartimos en familia y cantamos, bohemios, hasta que se vaya el sol. Pasamos de las galas de la despedida a los vaqueros y camisetas del día a día para compartir down to earth.
Mi deseo en este nuevo año es seguir tan bien como iba, aprovechar esta inercia positiva que llevo y poder irradiarla a mi alrededor. Ha sido un gran año; año de hacer amistades, reencontrar a otras, de logros académicos y profesionales y de crecimiento personal incalculable. Sobre todo, y como uno de los mayores logros, me he permitido el lujo de enamorarme; de tomar el riesgo de darlo todo y hacerme cada día más vulnerable ante una persona que me corresponde. Ese lujo que es abrir el corazón y exponerlo a todo daño pero, más aún, a todo beneficio.
Soy una chica con suerte. Me llevo lo bueno, ya lo tengo, y no pienso en lo malo. Con eso puedo, y no mucha gente comparte mi suerte, empezar en blanco.