"Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito." Sor Juana Inés de la Cruz
|
Foto por Diana M |
|
La vida contemplativa puede ser llamativa para aquel que desee mirar desde la ventana lo bien o lo mal que va el mundo, pasar juicio y sentirse que está por encima de todos los que laboramos como pequeñas hormiguitas en su hormigario. Aristóteles mismo consideraba que era sólo mediante la vida contemplativa que uno podía adquirir la eudaimonía o felicidad -eso me enseñaron en la UPR y es algo que jamás olvidaré por encontrarlo un poco absurdo; observar, no vivir, para ser feliz viviendo. Esto, que para mí es una paradoja, se me ha presentado últimamente en mi propia vida como un reto: pensar en cómo deberían ser las cosas para adquirir la felicidad versus vivir las cosas según vengan y ser feliz. Tanta conversación de medios y fines últimos deja confundido a cualquiera y el instinto nos puede llevar a un estado casi de ermitañismo social en donde corremos el riesgo de alienarnos, enfriarnos y quedar hechos una pseudo piedra angular del "ser feliz según yo".
De más está decir que todo lo anterior es un extremo de una fina línea entre el blanco y el negro donde en milímetros infinitos se esconden muchos tonos de gris. ¿Qué quiero de la vida? ¿De mi trabajo? ¿De mi pareja? ¿De mi familia? ¿Para mi futuro? ... Y todo está estupendo mientras eres sólo un cerebro entrenado para pensar, sentirse culpable y pedir perdón en un confesionario de donde sales flotando en el éxtasis que de da el alma perdonada. Luego es que viene lo bueno... la distancia se sobrevive con cervezas. En la distancia acogedora que brinda una relación intelectual con la vida, con las personas, hay tiempo para racionalizar las cosas, para pensar antes de actuar y para siempre decir lo correcto. Mientras uno se entretiene y fomenta la reflexión con elixires socialmente aceptados para la evasión como la cerveza y uno que otro chupito, cubata o copa de vino o sangría. Cuando, por la razón que sea la mente contemplativa que ha disfrutado de un estado de paz individualista se enfrenta a compartir su tiempo, sus pensamientos más preciados y su mayor tesoro, el cuerpo que habita puede que haya luchas, roces y fricciones que caldeen mucho más que los ánimos: alteran las palpitaciones constantes de las corrientes nerviosas que antes estaban tan en sincronía... Ahhh pero las armonías son hermosas.
Como algunos sabrán canto, o digo que canto, me encanta cantar, cacarear, me cautiva tanto que cuando canto contadas canciones siento de un cantazo un lagrimeo instantáneo bajo la nariz que, a cuenta gotas, cae caliente por mi traquea quemando mi cuarta costilla, detrás del esternón. Y me pides -pido- en tu sordo grito -caricia- que pida -dé- en verdad. / Donde mueren -morimos- miles -nosotros- por la guerra -nuestra guerra- que reine la paz -el amor-. Canciones que me llevan a momentos en mi vida donde me entretenía en tejer telarañas sobre el corazón creyendo que lo preparaba para querer cuando lo que hacía era creerme sabia e inmune. Ahora que está tiernecito y lleno aprendo que no hay esquema que no se pueda romper y que es mejor construirlos juntos todos que acomodar a otros en donde ni nosotros cabemos. Las armonías que se consiguen en una coral, con los años, son las más hermosas, las más sentidas y de las que uno está orgulloso pues la total sincronía de una sola voz es fácil y plana... la sincronía armónica de altos y bajos, hombres y mujeres, padres e hijos, esposos y esposas, novios y novias... le dan calidez a una letra viva salida del papel sangrante, de unos acordes enredados y de unas gargantas ¿felices? pues sí, ¡felices!
|
Foto por Diana M |
Cantar, enseñar, amar, llorar, sufrir, ir a la playa, tener 8 hermanos y un sobrino, leer, coger clase, estar en talleres, tomar fotos, mirar a través de la lente, se presentan como los colores infinitos de una acuarela con la que puedo pintar mis textos y llevo demasiado sin hacerlo... así como cuando uno deja que se mezclen las plasticinas y al final acaban con un color marrón caca con el que no sabemos qué hacer. En mi caso, aún puedo desenredar los colores e ir sacando de dentro del mármol frío la beta increíble de la humanidad entera pasada por mi pluma. Del bronce severo que con el tiempo se ve mejor, más turquesa, de un Pensador contemplativo y aristotélico quiero llegar al mármol helado y terso de las estatuas en movimiento y pasión que desvelan de dentro de un bloque de hielo la delicadeza de una caricia que no llega a completarse en un puño amoroso.
|
Foto por Diana M |
Quiero llegar al abrazo de dos cuerpos calientes que se desdibuja como única opción de la piedra rectangular en la que Rodin vio su destino real. Cuerpos, mentes, esquemas que aún en piedra consiguen unirse en un beso desenfadado, natural y desafiante. Quitarme el casco, perdón, el sombrero, ante la vida que delante de mis ojos me lo ha dado todo y yo lo encasillé en un edificio inhabitable por el que la cal se cuela desde el tejado y daña sus cimientos taladrándome la bola de cristal en la que guardé mi corazón cual bestia que guarda la rosa hechizada para verla marchitarse y deshojando todo cuanto pasa por su vida, prejuiciada ante su propio reflejo escribiendo en sangre: "Yo, la peor de todas"... y todo porque ya había escrito el guión de un monólogo intraducible a dueto. ¡Qué ganas de escribir el dueto acompañada!... antes de tener que escribir un duelo. Será que se podrá, que podré, que podremos escribirlo juntos sin directrices de guionista de hollywood: "mirada penetrante", "abrazo profundo", "beso de película", "suspiro"... suspiro, palpitaciones, sudor, lágrimas... lágrimas alegres, carcajadas, cosquillas, salsas, olas, fotos, foto, foto, foto.
|
Foto por Diana M |
No en balde el pensador es de un negro azabache y brilloso que refleja lo opaca que está su mente contemplativa, lo enredados que están sus pensamientos y lo oscura que se ha vuelto su alma consternada por yoqueséqué. Para todos aquellos que no somos estatuas ni personajes de cuentos de hadas a lo Disney -sí porque los de los hermanos Grimm eran mucho más humanos- que nos gusta cantar llorando, llorar cantando, bailar sudando y sudar cantando lo que bailamos, nuestras pieles se tornan relucientes, tanto así que son transparentes... nuestros ojos guardan el brillo del mármol del que fuimos esculpidos porque el Maestro, el Artista, con su cincel inicial, indice, pincel, nos encendió por dentro una llama que irradia eternamente y debe contagiar a todo aquel que se nos acerque. Llama que no se enfría aún cuando caen chubascos y borrascas, ni aún cuando cae granizo con la fuerza que sólo éste tiene. Es nuestra naturaleza, mantener la llama encendida aún así sea un poquito, lo justo para iluminar nuestro camino más allá de nuestros propios pies.