sábado, 9 de agosto de 2008

Brindar...


Tengo que haber brindado con la mano equivocada
y haber mirado donde no era.
Brindado con agua y por la razón incorrecta.
Quizás por timidez no miré a los ojos cuando debía,
y ahora sufro las consecuencias de mis torpezas.

Desde entonces la mala suerte me persigue...
¿Será simplemente mi suerte... y no mala?
¿que no hay otra suerte?
Que desde el principio el listón quedó muy alto,
que lo que queda está escondido entre la maleza...
¿Yo qué sé?

Quizás sean siete los años que necesito
para que mi fortuna regrese de las aguas turbias del Nadir,
donde lleva navegando sin rumbo, sin marinero, sin compás;
sobreviviendo al paso irracional de mis antojos,
al tintineo de cada par de nuevos ojos...
al abrazo mediocre, al pico forzado,
a la insensatez de una caricia fabricada.
Así lleva colgando de un ingenuo hilo
que el cinismo está loco por cortar.

¿Cómo será la vuelta atrás? El regreso al Cenit.
Si la calma viene después de la tormenta... le va tocando.
Aunque no puedo evitar pensar que ascenderé latitud a latitud,
recuperando el corazón en cada escalón donde lo fui dejando,
dándole la vuelta al mundo un latido a la vez.
Sin caprichos... con voluntad.

Ayer sentí el Nadir... era blando e inseguro.
Yo fui torpe e inconsciente. No dije nada.
Era el fondo y no había más que arena.
Arena en el cuerpo que te raspa, que te arde y te seca.
Alborota el pensamiento y detiene la acción.
Recubre tus pasos y confunde tus palabras.

Sólo podía recordar el Cenit.
Aquel que fue mío... suave y recto.
Donde yo era ágil y capaz. Cantaba
y caía al mar y veía colores...
Nadaba horas y sin pensar lo hacía todo bien.

Sé que ese lugar, al que una vez
llegué de casualidad y sin saber cómo,
me está esperando.
Desde que salí de allí dejé un camino
de sangre oscura que chorreaba a borbotones
cuando decidí escapar.

Una foto vale más que mil palabras...