Es curioso que una de estas mañanas, durante el desayuno, el padre Damián me dijera que evitara ponerme vieja porque así es que empiezan los problemas. Si bien inevitable, la vejez corporal es la que menos me preocupa. Me gustaría aprovechar la oportunidad que presentan las misas de aguinaldo para explicarles que no es en la Florida donde se encuentra la fuente de la eterna juventud, aunque así lo pensara Juan Ponce de León y ciudades como Orlando alberguen tanta sabiduría en los famosos “retirement homes”, sino que, desde el momento del alumbramiento, vamos envejeciendo, segundo a segundo, el oxígeno que nos da la vida es el que poco a poco nos va desgastando… oxidando. Por ello tanto énfasis en antioxidantes, glucosaminas, colágeno y los más recientes: el botox y restilane. En estos años en los que son tan importantes la imagen y el photoshop, en los que sí se juzga los libros por su portada, debemos detenernos un momento y ver más allá de lo que no son más que meras sombras. Siempre me ha parecido interesante la relación entre los significados y significantes (las palabras y su significado) y aún más la relación que tienen con los sentidos. Esa insistencia en que veamos las cosas para entenderlas, para creerlas. Ese momento en el que ver y conocer son la misma cosa. Aquí es que empieza lo complicado.
Tuve un profesor que nos preguntó dónde comenzaba el conocimiento. Nosotros, perplejos, nos hicimos un lío tratando de buscar una época o un lugar cuando, pasado el tiempo justo, él nos dijo algo así como: empieza en los ojos, porque el conocimiento es luz. Luego, continuó explicándonos el famoso mito de la caverna de Platón. Aunque pueda ser la pesadilla de muchos estudiantes, este mito ha ido calando en mí con el tiempo. En él se sitúa al hombre encadenado y forzado a mirar sólo a un muro de la gruta. Nada más ve las sombras de los hombres que caminan a sus espaldas entre una hoguera y el mundo real. El hombre prisionero sólo puede conocer esas sombras como lo real causando que sus ojos y músculos se entumezcan y se anquilosen. Lo que me interesa de esta fábula es la noción de que hay que hacer esfuerzo para ver, realmente ver el mundo real, ese mundo que está fuera de la caverna, libre de apariencias engañosas y de oscuridad. A todos nos cuesta mirar directamente al sol, nos duele; el filósofo quería expresar precisamente eso.
Con esa –y nunca mejor dicho- imagen afirmo que la Verdad reside en la Luz, esa luz que estamos preparándonos para recibir. El Adviento es un momento de penitencia en el que nos preparamos para la venida del Señor. Esos cuatro domingos que preceden la Navidad nos recuerdan que Cristo habitó entre nosotros, que el Verbo se hizo carne –¡Ojo! el verbo, que no el sustantivo-. Pero, y a veces se nos escapa, nos preparan igualmente para la segunda venida de Dios. Sé que la Navidad revuelve alrededor de la figura de Jesús niño, pero no podemos olvidar que el Señor volverá y es eso lo que también conmemoramos; al celebrar su nacimiento auguramos la venida de Cristo Rey del Universo. Si nos fijamos un poquito más podremos ver que no se ponen flores en la iglesia, que el sacerdote viste ropas moradas y que no se canta el Gloria. En la liturgia, las lecturas de las primeras dos semanas, aunque tremendistas, presagian la venida gloriosa de Dios como juez. Con las que no debemos desesperar, sino esperarlas como la mayor manifestación del amor de Dios, ya que Justicia y Misericordia habitarán mano a mano en la Tierra. Todos estos detalles que nos entran por los sentidos van buscando su camino al corazón del creyente llevándolo a la conversión. La solemnidad de la penitencia no es incompatible con la alegría que sentimos al saber próximo el nacimiento del Salvador, una cosa no quita la otra. Por ello, en el tercer domingo de adviento se celebra la alegría, pues la penitencia no es necesariamente triste, es respuesta al amor que sentimos hacia Dios.
Todo esto puede parecer confuso, especialmente cuando la celebración de las misas de aguinaldo en Puerto Rico parece lo más distante que existe frente a la figura de un penitente de Semana Santa. No hay que alarmarse, es con estos aguinaldos que hacemos nuestra penitencia, y no me refiero a los villancicos. Sabemos que las canciones que amenizan tanto nuestras misas, como las parrandas, también se llaman aguinaldos y podemos pensar que es por eso que llamamos así a nuestras misas vespertinas tradicionales. A mí se me ocurre pensar que tiene mucha más profundidad que eso. Empecemos por el principio: Aguinaldo es el regalo que se ofrece en navidad, aquí, en España y hasta dónde sé, también en la América hispana. Sin embargo, nuestras misas de aguinaldo no son comunes a todos los países de habla hispana, aunque sí se hacen en Venezuela, en Filipinas y otros lugares Latinoamérica. En Colombia hay una tradición paralela que es llamada la novena de Adviento que también se hace en las penumbras, en este caso de noche. Las familias vecinas se reúnen al son de campanitas que anuncian el momento de la oración, se leen las lecturas correspondientes y se reza la novena, luego se cantan villancicos y se toma vino con galletas. En Filipinas se llaman Misas de Gallo, porque se hacen antes del amanecer, según la parroquia, se pueden hacer en la noche o en la madrugada y en ellas también se cantan villancicos. Por lo tanto, sea en Filipinas, en Colombia o en Puerto Rico, durante el Adviento tenemos una tradición que radica en sacrificarse y ofrecer un aguinaldo por la llegada del Mesías.
Por ello, quizás el sacrificio sea más natural en Navidad, incluso, salvo madrugar, ni siquiera parezca sacrificio alguno venir a las misas de aguinaldo. Pues lo es, el sacrificio está en vivir la madrugada, sacar un ratito para iluminar el silencio de la noche con oración y canción, en recibir el día rezando por la llegada de Jesús, quien iluminará toda la eternidad. Desde pequeña, cuando empezaba el mes de diciembre me pasaba preguntando cuándo empezaban las misas de aguinaldo, entonces me costaba menos madrugar y era por el chocolate caliente; ahora, desde mi exilio Sevillano, cuando las primeras hojas empiezan a caer estoy impaciente por volver a Puerto Rico para venir a cantar en nuestras misas. Mis amigos allá no pueden creer que me levante a esta hora, en que las calles aún no están puestas, pero lo hago por acercarme cada vez más a la luz, a la verdad, por conocer mejor mi Fe y porque sé que es así que me mantendré eternamente joven. ¿El truco?: Juventud espiritual. Todos los años, así como Jesús nace un bebé del seno de María, me enfrento al Adviento como si fuera la primera vez, con esa ilusión mariana de la auténtica esperanza. Cada vez que nace el Salvador es una experiencia nueva que se va envolviendo en cadenas terrenales a lo largo del año y que, con dificultad, durante el Adviento tengo que ir preparándome para abrir el mejor regalo de Navidad, abrir mis ojos ante la luz, aunque me duela. Es más fácil vivir en las sombras que vivir una vida comprometida. Por eso, no hay que dejar que esa vejez de carácter nos abrume. Así hacemos renacer al niño todos los años. Para que nosotros también renazcamos, para recordarnos de que regresará a liberarnos finalmente de las cadenas y que viviremos con él en su reino celestial.
Por último quisiera compartir con ustedes una de las frases más bonitas que conozco referentes al amor en todas sus manifestaciones. Es de San Josemaría.
Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida acomodada, sino un corazón enamorado.
(795) Surco