
Por ahí salieron dos piernas que buscaban el sol. Recién depiladas, estrenando un julio caliente y mediterráneo en pantalones cortos. De ida por el parque a ver si se despertaban poco a poco. Pedaleando la bici en plataformas, escuchando los pájaros que llevaban mucho más tiempo despiertos. Entrando en la ciudad dejaron las ruedas y fueron San Fernando abajo hasta entrar en la antigua fábrica de tabacos. Allí donde antes pululaban alpargatas y grandes faldas que se sofocaban mientras reliaban las hojas venidas de América, donde crearon el nicotínico vicio europeo.
Poco acostumbradas a las sandalias que habían rescatado de debajo de la cama, caminaban con cautela y gracia por el patio de la fuente, un paso delante de otro, aprovechando las pequeñas gotas que se escapaban para refrescar los músculos, sabiendo que el metro ochentaitanto que completaban sería admirado (tantos años de pliés, relevés, piruets, punta-talón, battement frappés y arabescos no pasan en vano). Entraron al bar para tomar el tan necesitado desayuno: tostadas, una para cada pierna; jugo de naranja exprimido para el resto del cuerpo; un manchao para la cabeza. Expuestas a ver si alguien interesante las veía, pero no sería esa mañana.
A la salida, después de una mañana de laboro y varios paseos por los pasillos que aun hieden a tabaco indiano, agradecieron los 38 centígrados secos (100.4º F) y el cielo totalmente despejado que iniciaba el trayecto en bici de vuelta a casa; esta vez por el río. Alejáronse de Puerta de Jerez hacia
En un par de semanas, ese par de piernas abordará un avión con destino a Puerto Rico. Un poco cansadas, quemadas por un sol diferente, pero concientes de que comienzan una travesía que ya no es circular.