
Quizás la soberbia me pudo y desestimé el pasado,
lo antes claro se ha vuelto turbio y lo turbio cada vez más preciso.
Sé que soy capaz de decisiones repentinas y contundentes
y a la vez de preposiciones inadecuadas e imprudentes.
He tenido la verdad entre las manos y la he dejado olvidada en algún rincón del desván alquilado que guardó mis seguridades y pecados. Ya no sé filtrar lo que digo y me encuentro cada vez más cerca de lo que pienso, pero siempre en voz alta. No quiero grandes ataduras pero sí grandes instantes. Ya no miro hacia arriba pues aquí, abajo, hay mucho que encontrar. Reparto el tiempo entre viajes que me llevan más de lo que los llevo a ellos. Alcanzo las cosas apuradamente y me aterroriza un día no llegar a tiempo. Siento que me caigo de la ola, que estoy al borde del precipicio y que cualquier paso en falso me despeñaría, aunque todos los días me atrevo a pegar un salto, casi siempre porque sí. No me importa casi nada y me afecta casi todo. Me veo cada vez más guapa aunque no consiga la línea hollywoodesca de la esbeltez anoréxica. Me siento cada día con más poder... peligrosamente... pues tengo una propensión canceriana al control que casi nunca comparto con nadie; aunque el horizonte me ha hecho encontrar algún que otro cangrejo que trata pero fallece en el intento de arrebatarme los mandos. Tengo el gatillo fácil y, a mi alrededor, otros lo pierden.
Llevo un invierno de sequías en mis palabras y afuera no ha hecho otra cosa más que llover. Sevilla se hunde en aguas ausentes que colman los pantanos andaluces y hoy, el primer día de sol de lo que parece que será una primavera fructífera, me siento a escribir. Escribo porque no logro complacerme; escribo porque me es imperativo; escribo porque no depende de nadie más que de mí; escribo porque me quiero leer; escribo porque no sé organizar mis ideas; escribo porque me quiero repetir. Ha pasado una temporada entera y tengo mucho que decir.
Me quiero desintoxicar de mis antojos y no sé cómo hacerlo. El pasotismo se confunde con paciencia y la paciencia me abandona. Sale el sol y seca la tierra enfangada por donde mis pasos caminan seguros de que mañana saldrá otra vez. Y descubro que no soy el remedio de nadie pero sí mi propia medicina. Tiembla la tierra caribeña; me conmueve la fuerza que tiene la vida; entiendo que no somos dueños de nada y cada día nos hacemos más y más pequeños. Tiemblan los cimientos de años femeninos que me estoy perdiendo por la distancia y que estoy dejando pasar por egoísmo... meto el freno. Lloro de felicidad, de rabia y por preocupación pero ya no por tristeza ni soledad. Hago las cosas mal y las seguiré haciendo mal, aunque cada vez mejor.
Quiero mi lugar en el mundo, ya no sé dónde vivo: Puerto Rico, España, Inglaterra, ¿?... ¿Hasta dónde me puede llevar el pasaporte Estadounidense? Busco un ancla, un hombre libre, unos hijos futuribles; sin embargo, hay veces que la razón es la que busca cosas que tienen que ser del corazón y no sé exactamente dónde me lo dejé extraviado... ya ni me duele. Veo lo que no es y se me escapa lo real, pero lo peor de todo es que ignoro con mucho guille lo inevitable... Tengo que pedir perdón... Sí, me han inculcado bien ese sentido católico de culpabilidad que se queda con la mejor parte del after-taste de las cosas, pero es adictivo. No hay nada como la sensación de que las piernas flotan al sentirse perdonado.
Me gusta alborotar el gallinero, me gusta sentirme como cucaracha en baile de gallinas... Me gusta pronunciar lo que todos piensan. Mis amigas se encargan de mí con cariño y seriedad, me dicen tanto lo que quiero oír como la cruda verdad. Recientemente, me he encontrado con la opinión masculina sobre mí... es muy variada e interesante;
Jamelga: F. coloq. Mujer alta, atractiva... aparentemente inalcanzable
Imponente: adj. autoexplicativo
Mujer torbellino: frase adjetival. Aun está por verse su aplicación positiva o negativa, todo apunta a ser positivo.
-¿Yo qué sé?- Lo que sé es que se me hace bien difícil aparentar ser indefensa. ¿Quién se atreve a mirar más allá de lo que aparento?, ¿a no pensar por mí?, ¿a decirme lo que piensa y no esperar a que yo lo adivine?, ¿a no estar nervioso?, ¿a ser claro y conciso?, ¿a ser alegre?, ¿a ser mi igual?...
Soy feliz y a la vez tengo nostalgia de una felicidad desaparecida pero que recuerdo con mucha lucidez. La reconozco en la gente a mi alrededor y me hace cada vez más feliz, tanto que cuando regrese a mí vendrá enriquecida. Se me cae la baba por todos ellos que la viven, sana envida que me inspiran para no rendirme. Todos los días tengo algo que me recuerda que la vida es omnipotente y que es muy persistente, más que yo y mis impulsos. Si no sé organizar mis pensamientos, por qué trato de adelantarme a ellos... de eso me doy cuenta cuando me choco contra la vida, el trabajo y la familia. Familia en crecimiento y raíz de toda mi alegría; ejemplo a seguir y faro que me guía.
Ahora en esta primavera que apunta a sol y fresco me preparo para la verdad. Para la unidad y para la coherencia. Para crecer y tener los huevos de no huir de mí misma. Misma y yo nos llevaremos bien. ¡Más me vale!