
No es porque en el amor no las haya, pero creo que he encontrado la mía y aún sigo soltera. No fue amor a primera vista, sino un reconocimiento tardío de nuestra compatibilidad. Muchas coincidencias juntas y demasiados temas de qué hablar. Encontramos apoyo incondicional para nuestros respectivos planes, cuando mucha gente puede que se acogiera a la quinta enmienda. En fin, sin darnos cuenta nos volvimos mutuamente indispensables. Creo que, no por falta de malos entendidos, aun no hemos tenido nuestra primera pelea.
Somos absurdamente complementarias. Una es alta, la otra bajita. Ella hace belly dancing y yo todo menos eso. En ella he encontrado el zafacón para todo el conocimiento inútil que tengo. Y ella deposita en mí toda la sabiduría cósmica que no he tenido la oportunidad ni la visión para adquirirla. Todos los días tiene una aseveración tan cierta, tan basta que merece ser citada por las próximas dos semanas. Es la creadora y yo la crítica, tanto en oficio como el realidad.
Comemos de todo y de alguna manera hemos llegado a que nos guste la cocina, ella en los arroces y yo en las pastas. Disfrutamos de un buen vino igual que odiamos la cafrería. Nos empujamos mutuamente a no tirarlo todo por la borda y dormir el resto de la eternidad. Soñamos con ser ricas en el futuro y el día a día nos vuelve impacientes. Además, sufrimos la misma "claustrofobia insular". Sin saberlo, coincidimos en nuestra formación universitaria hasta el día en que nos conocimos por segunda vez. Momento en el que, inevitablemente nuestras vidas se iban haciendo geográficamente distantes y complicadas. Es tal nuestra comunión que no tenemos que explicar las cosas.
Me apena que más de la mitad del tiempo se convierte en palabras y sonidos, que no podemos compartir y que nuestros sueños nos separen por ahora. Me alegra saber que, por ello, no tiene que dejar de estar en mi vida. Que siempre estará y será. Que está de mi parte, hasta cuando cree que no tengo la razón. Que es mi amiga por encima de otras cosas y que confiará y confiaré ciegamente en que hará lo correcto para protegerme y enseñarme. Que este miedo que siento es sólo una fase dictada por cosas que no podemos evitar y por momentos truculentos en nuestras vidas donde el silencio es lo que nos une. Me necesita para localizarse físicamente y yo para encontrar mi camino entre la maleza de mis pensamientos. La necesito tácitamente tanto como ella me dice que me extraña. Ahora que me ahogo más y más es quién único me sabe llevar a la superficie sin ahogarse conmigo.

No sé dónde estaba cuando ocurrió la coincidencia que nos llevó a ese salón donde nos vimos por primera vez, dónde se desató la cadena de eventos que nos devolvió al aula fría en la que nos sentamos cerca y empezamos a hablar porque nos parecía que nos (re)conocíamos. Pero agradezco a la suma de casualidades que es la vida que nos dirigiera a donde estamos ahora y, aunque sigo echándola de menos, podemos compartir nuestro camino. Ella la pluma y yo la hoja.
Somos absurdamente complementarias. Una es alta, la otra bajita. Ella hace belly dancing y yo todo menos eso. En ella he encontrado el zafacón para todo el conocimiento inútil que tengo. Y ella deposita en mí toda la sabiduría cósmica que no he tenido la oportunidad ni la visión para adquirirla. Todos los días tiene una aseveración tan cierta, tan basta que merece ser citada por las próximas dos semanas. Es la creadora y yo la crítica, tanto en oficio como el realidad.
Comemos de todo y de alguna manera hemos llegado a que nos guste la cocina, ella en los arroces y yo en las pastas. Disfrutamos de un buen vino igual que odiamos la cafrería. Nos empujamos mutuamente a no tirarlo todo por la borda y dormir el resto de la eternidad. Soñamos con ser ricas en el futuro y el día a día nos vuelve impacientes. Además, sufrimos la misma "claustrofobia insular". Sin saberlo, coincidimos en nuestra formación universitaria hasta el día en que nos conocimos por segunda vez. Momento en el que, inevitablemente nuestras vidas se iban haciendo geográficamente distantes y complicadas. Es tal nuestra comunión que no tenemos que explicar las cosas.
Me apena que más de la mitad del tiempo se convierte en palabras y sonidos, que no podemos compartir y que nuestros sueños nos separen por ahora. Me alegra saber que, por ello, no tiene que dejar de estar en mi vida. Que siempre estará y será. Que está de mi parte, hasta cuando cree que no tengo la razón. Que es mi amiga por encima de otras cosas y que confiará y confiaré ciegamente en que hará lo correcto para protegerme y enseñarme. Que este miedo que siento es sólo una fase dictada por cosas que no podemos evitar y por momentos truculentos en nuestras vidas donde el silencio es lo que nos une. Me necesita para localizarse físicamente y yo para encontrar mi camino entre la maleza de mis pensamientos. La necesito tácitamente tanto como ella me dice que me extraña. Ahora que me ahogo más y más es quién único me sabe llevar a la superficie sin ahogarse conmigo.

No sé dónde estaba cuando ocurrió la coincidencia que nos llevó a ese salón donde nos vimos por primera vez, dónde se desató la cadena de eventos que nos devolvió al aula fría en la que nos sentamos cerca y empezamos a hablar porque nos parecía que nos (re)conocíamos. Pero agradezco a la suma de casualidades que es la vida que nos dirigiera a donde estamos ahora y, aunque sigo echándola de menos, podemos compartir nuestro camino. Ella la pluma y yo la hoja.
