El 22 de septiembre el día y la noche se igualaron desatando el otoño. Aquí en el hemisferio norte, la noche se va haciendo cada vez más larga y los días más fríos. Debo admitir que estoy un poco asustada de lo que pueda ocurrirme, siempre me afecta la falta de sol y las temperaturas descendientes. Para ello, y para que no se repita la depre del año pasado, estoy sumida en mucho trabajo académico y en algunas lecturas que puedo combinar con mis estudios y el placer. Entre ellas está el libro de poemas de Pedro Salinas El Contemplado. En su exilio americano (y me refiero a América como los continentes e islas que se encuentran del otro lado del Atlántico con respecto a Europa) estuvo tanto en Estados Unidos como en Puerto Rico. El autor, sumergido en una interminable sensación de extrañamiento inverso al mío, encontró en el mar de Puerto Rico, especialmente en ese que podemos observar desde el Viejo San Juan desde casi cualquier esquina, el sosiego que el país Yankee nunca pudo proveer.
A mi llegada a Sevilla y mi rápida (en menos de 24 horas) incorporación a la vida académica, no faltaron días para que el nombre de mi isla fuera mencionado en un curso de poesía entre "las dos orillas". Poetas e intelectuales como Federico de Oniz, Pedro Salinas y Juan Ramón Jiménez merodearon mi tierra y en ella dejaron una huella literaria inigualable. Desde lejos, me toca a mí refugiarme en sus letras para encontrar el sol y el mar tropical que he dejado atrás en busca de logros personales en la "Madre Patria".
Con esto en mente y creyéndolo un posible buen antídoto para el otoño, instauro otra sección en mis solitarias letras de este espacio cibernético. Aquí yo, que no me considero poeta ni muy asidua lectora de poesía y precisamente por ello, me obligaré a reseñar un poema (al menos) una vez al mes; el primero siendo la tercera variación de El Contemplado de Salinas que lleva como epígrafe la palabra Dulcenombre
Desde que te llamo así,
por mi nombre,
ya nunca me eres extraño.
Infinitamente ajeno,
remoto tú, hasta en la playa
-que te acercas, alejándote
apenas llegas-, tú eres
absoluto entimismado.
Pero tengo aquí en el alma
tu nombre, mío. Es el cabo
de una invisible cadena
que se termina en tu indómita
belleza de desmandado.
Te liga a mí, aunque no quieras.
Si te nombro, soy tu amo
de un segundo. ¡Qué milagro!
Tus desazones de espuma
abandonan tus caballos
de verdes grupas ligeras,
se amansan, cuando te llamo
lo que me eres: Contemplado.
Obra, sutil, el encanto
divino del cristianar.
Y aquí en este nombre
rompe mansamamente tu arrebato,
aquí, en sus letras -arenas-,
como en playa que te hago.
Tú no sabes, solitario
-sacramento del nombrar-,
cuando te nombro
todo lo cerca que estamos.
A mi llegada a Sevilla y mi rápida (en menos de 24 horas) incorporación a la vida académica, no faltaron días para que el nombre de mi isla fuera mencionado en un curso de poesía entre "las dos orillas". Poetas e intelectuales como Federico de Oniz, Pedro Salinas y Juan Ramón Jiménez merodearon mi tierra y en ella dejaron una huella literaria inigualable. Desde lejos, me toca a mí refugiarme en sus letras para encontrar el sol y el mar tropical que he dejado atrás en busca de logros personales en la "Madre Patria".
Con esto en mente y creyéndolo un posible buen antídoto para el otoño, instauro otra sección en mis solitarias letras de este espacio cibernético. Aquí yo, que no me considero poeta ni muy asidua lectora de poesía y precisamente por ello, me obligaré a reseñar un poema (al menos) una vez al mes; el primero siendo la tercera variación de El Contemplado de Salinas que lleva como epígrafe la palabra Dulcenombre
Desde que te llamo así,
por mi nombre,
ya nunca me eres extraño.
Infinitamente ajeno,
remoto tú, hasta en la playa
-que te acercas, alejándote
apenas llegas-, tú eres
absoluto entimismado.
Pero tengo aquí en el alma
tu nombre, mío. Es el cabo
de una invisible cadena
que se termina en tu indómita
belleza de desmandado.
Te liga a mí, aunque no quieras.
Si te nombro, soy tu amo
de un segundo. ¡Qué milagro!
Tus desazones de espuma
abandonan tus caballos
de verdes grupas ligeras,
se amansan, cuando te llamo
lo que me eres: Contemplado.
Obra, sutil, el encanto
divino del cristianar.
Y aquí en este nombre
rompe mansamamente tu arrebato,
aquí, en sus letras -arenas-,
como en playa que te hago.
Tú no sabes, solitario
-sacramento del nombrar-,
cuando te nombro
todo lo cerca que estamos.
Tomado de la edición de Francisco Díez de Revenga
Editorial Castalia
Págs. 78-79
Editorial Castalia
Págs. 78-79
Sólo añado que ese Contemplado pueden ser muchas cosas. Sin embargo, prefiero mantener la interpretación e intención del autor en la relación con nuestro mar, aunque no sólo el mar es lo que yo, desde mi "exilio" contemplo en la memoria, sino todo lo que entre sus playas contiene; es decir toda mi tierra.