Hoy, víspera de San Juan, 23 de junio de 2014 es una de las fechas que más he repetido en mi vida: mi fecha de parto. Cuando me enteré que estaba embarazada lo primero que hice fue calcular cuándo iba a ver a mi pequeña o pequeño... Así comenzó la anticipación al momento más hermoso de mi vida: el parto.
Los lunes aumentaban las semanas y poco a poco la barriga crecía. Nos dijeron que iba a ser una nena, así las cosas se hacían cada vez más reales. Menos horas de sueño, más nervios y mucho que hacer para recibir a nuestra hija. En el proceso descubrí quién es el hombre con quien me casé. Me volví a enamorar de él mientras nos acercábamos al día de hoy.
Cuando llegué a término en la semana 38 ya había hecho compra, limpiado esquinas, recogido papeles y lavado todo lo de la nena. Entre tanto, las tardes las pasaba flotando en la piscina para sobrellevar el calor de un verano que recién estrenamos. El fin de semana de padres nos fuimos a la playa y montamos las maletas del hospital ... Por si acaso. Hasta me llevé las fotos de la boda para hacer nuestro álbum, finalmente. Así lo hice el viernes 14.
El sábado disfruté de mi barrigota en la piscina con mi mamá y mis hermanas. Comimos riquísimo y en familia. Tanto así que cuando empecé a notar las señales de parto ya era de noche. Ahí fue que mi cuerpo me comenzó a llevar por el camino de la luz.
Contracciones van, contracciones vienen, la expectativa aumenta... ¡Ya va a llegar! "Omar, creo que es hora"... Era la 1:45 am del domingo de padres. Hice lo de siempre, bañarme, secarme el pelo, maquillarme y esperar a que fuera el momento de salir al hospital. Mientras tanto, siempre me mantuve en comunicación con mi doula, Carmen Rosa; ese ángel que me enseñó el camino y nos acompañó a Omar y a mí a navegar los dolores, los nervios y la alegría inmensa de ver nacer.
De un momento para otro cambiaron las enfermeras, llego mi Doula, el médico y finalmente dejaron entrar a Omar... estábamos de parto. Recuperé el ritmo de las contracciones con las respiraciones y la guía de Carmen Rosa y de Omar. Ese apoyo fue clave. Perdí la noción del tiempo y sólo tenía consciencia de cuándo comenzaría una nueva contracción. Sólo vivía en el presente. Yo pensaba que me desesperaría pero no, el presente me necesitaba.
Entonces quise pujar... Aún estábamos a mitad de camino pero Carmen Rosa me dijo, puja un poco... Alivio. Así comenzó el rápido descenso del dolor y de mi pequeña. No sé cuánto pasó pero sentí una enfermera ayudádome a dilatar... Me dejaron pujar y Omar estaba cada vez más emocionado. Llegó el médico y en un abrir y cerrar de ojos transformaron la camilla y los ojos de Omar se aguaron, en su voz se oía la emoción de ver, finalmente, ver la cabecita. Un pequeño atisbo de el cuerpecito que se movía sin cesar en mi vientre.
Yo perdí el control de mi cuerpo, sabio y divino, y me dejé llevar hacia el dolor con cada pujo de alivio. Me daba tranquilidad, ánimo, el sentir mi cuerpo dando paso a mi bebé. ¡Qué sensación más hermosa, qué dolor más perfecto! Cuanta alegría al escuchar a Omar decirme, "mira Diana", entre sollozos.
Abrí los ojos y recuperé un sentido que me sobraba. No tenía por qué mirar antes... Sentir, oler, respirar era suficiente... Pero ahí yo vi la luz. miré hacia abajo y vi a mi hija aún unida a mí y yo dando vida como de la mano de Dios. Verla nacer... hacer nacer, desearía nunca olvidar ese momento, nunca olvidar la intensidad con la que se siente la vida que corre por mis venas y que junto con Omar y Dios le dimos a una nueva criatura.
Hoy la miro y la imagino dentro de mí solo para admirar la perfección humana. Miro a mi esposo y me regocijo en la realidad que mi mamá me enseñó: el amor se multiplica. Nuestra hija nos ha enseñado tanto y tan sólo tiene unos días de nacida... Hoy, le doy gracias a Dios por permitirme esta experiencia, por regalarnos tanta alegría y por encomendarnos una vida nueva. Jamás pensé tener tanto amor que dar, querer tanto a mi esposo y sentirme plenamente feliz.