lunes, 29 de diciembre de 2008
Puerto Rico: nuestra novena de Navidad
lunes, 8 de diciembre de 2008
A quien pueda interesar.
A quienes pueda interesar:
Escribir desde las nubes, entre mis dos orillas, me da el placer de saberos unidos, yo os conecto con cada orilla y vosotros me mantenéis en el lugar correcto cuando la nostalgia me invade. Unos vistáis Sevilla a través de mis ojos, otros para verme; a Puerto Rico lo conocéis por mis “tardes navideñas” en octubre y por mis fotos, otros, incluso, se fueron conmigo una temporada.
A una velocidad inimaginable y desde unas alturas vertiginosas me doy cuenta de que me encantaría no tener que echar en falta a nadie, que en estas navidades todos los que están presentes en mi memoria mientras escribo pudiéramos estar juntos. Pero como no se puede tener todo en esta vida (es malo para la salud), “tenemos que estar con los nuestros con la familia”… dice la gente (aunque todos lo seáis). Así que con esto os digo que estaréis en mi memoria cuando coma lechón, cuando me bañe en la playa, cuando me vaya de parranda, cuando baile salsa, al despedir el año, al cantar villancicos, al recibir los regalos… qué os puedo decir… allí estaréis, en mi mente con una sonrisa.
Nos veremos a la vuelta de mi viaje siempre circular. ¡Qué tengáis una feliz navidad y feliz año nuevo!
Quedo de Ustedes.
Diana
lunes, 1 de diciembre de 2008
Quería...

Quería escribir de lo mucho que estoy escribiendo,
quería escribir de la mala suerte que parece perseguirme,
quería escribir de mi trabajo y el sueño que siempre tengo,
quería escribir de todo un poco pero no puedo.
Mientras menos me urgo, menos me preocupo.
Escribir es tentar la herida, revivir la vida, soñar los recuerdos.
Escribiendo no te puedes esconder de la verdad, aunque la disfraces.
No te puedes evadir, incluso cuando crees que estás distrayendo
a los duendes que te traban las manos, los ojos, el alma.
Hace tiempo que quería escribir...
que tenía que leer... analizar.
Pero el tiempo... ese bien escaso que se nos va de entre las manos,
se burla de mí.
Quería decir que hace frío y que llueve,
que los amigos me hacen falta,
que estoy agobiada e impaciente.
Quería decir tantas cosas que no supe cómo.
¿Cómo decir que estás desilusionada hasta en sueños?
Que me siento sola y a la vez acompañada.
Que se me fue el control de las manos
y que sólo puedo controlar lo que no hago.
Tantas cosas, tantas palabras no dichas.
No dichas a sabiendas... porque es mejor así.
lunes, 20 de octubre de 2008
De comida y tardes navideñas

A pesar de todo, es una sensación de felicidad la que siento cuando respiro el aire tiernamente húmedo y fresco... cierro los ojos y estoy en Guavate con la piel oliendo a sereno y manteca. Claro esa es "La manteca que nos une", así lo dice Magali García Ramis y es una verdad "como un camión". Nos une por encima de la política (claro, todos somos independentistas en el exilio)... "un tun tun de grasa y fritanguería recorre las venas borincanas, nos une, nos aúna, nos hermana por encima de la política y los políticos, los cultos y las religiones, la salsa y el rock, el matriarcado y el patriarcado"... ¡ahí lo llevan! Mejor dicho, imposible. Pero ese lechón al que tanto le cantamos, ese colesterol que tanto nos persigue, esas grasas trans del flan de coco y las calorías del plátano maduro son mi "confort food" muy por encima del chocolate y el ben & jerry´s.
Queda comprobado que, cuando se trata de alimentar el alma caribeña, somos un barril sin fondo. Recientemente he sido comensal asidua en el chiringuito de Puerto Rico en el Festival de las Naciones que han puesto en frente de mi facultad. Sí, es el primer año que tengo el gusto de visitar Puerto Rico a la hora de almorzar. Bueno, "Puerto Rico"... la cocinera es una cubana de caderas tembandubeanas y una generosa sonrisa. El plato "portorriqueño" consiste de un arroz sofrito en soya con camarones, bacon y pollo, pero algo tiene en las manos que sabe a mar Caribe. El mofongo que sirve es un mangú de plátano maduro que sabe a Barrio Obrero y no se cansa de traerme plátano maduro frito por el lado. Me pone las Piña Coladas con Bacardí (lo mas cercano a un buen ron que tiene) y, aunque es más caro que el ron que le da al resto del mundo, nunca me cobra más y hasta me invita de vez en cuando. El otro día no tenía "mofongo" pero me dió unas bolitas de maduro fritas y rellenas de queso fresco que me llevaron al guateque en un abrir y cerar de mandíbulas. El pincho de pollo está exquisito, sí algo tan normal como un pincho de pollo como el que hace mi hermano cuando se inspira.
La cherry, el momento cumbre: escuchar los primeros acordes metálicos de "La murga" de Willie Colón, esa misma que bailamos todos los 31 poco antes del "¡Feliz año nuevo!". No se puede evitar marcar el paso, cuando suena "Azuquita pa'l café" la clave se lleva mis pies, dos tres, seis siete. Y, para mi sorpresa, la indiscutible diferencia entre los mediterráneos que fundaron nuestra cultura y nosotros los boricuas, mis amigos se sorprendían de cómo podía cantar, bailar y comer a la vez que los invitaba a probar de todo. Pues realmente no sé como puedo, sólo sé que es así. No podemos no bailar, hasta el que no baila mueve un poco los hombros al son de la plena, o la cintura al ritmo de "El menú" del Gran Combo; canción que representa en cuerpo y alma el espíritu caribeño de nuestra comida y nuestro afán por bailar comiendo. De todos modos lo conseguí... aquí, al principio, no quieren parranda no quieren cantar pero cuando empiezan no pueden parar.
lunes, 22 de septiembre de 2008
Equinoccio
A mi llegada a Sevilla y mi rápida (en menos de 24 horas) incorporación a la vida académica, no faltaron días para que el nombre de mi isla fuera mencionado en un curso de poesía entre "las dos orillas". Poetas e intelectuales como Federico de Oniz, Pedro Salinas y Juan Ramón Jiménez merodearon mi tierra y en ella dejaron una huella literaria inigualable. Desde lejos, me toca a mí refugiarme en sus letras para encontrar el sol y el mar tropical que he dejado atrás en busca de logros personales en la "Madre Patria".
Con esto en mente y creyéndolo un posible buen antídoto para el otoño, instauro otra sección en mis solitarias letras de este espacio cibernético. Aquí yo, que no me considero poeta ni muy asidua lectora de poesía y precisamente por ello, me obligaré a reseñar un poema (al menos) una vez al mes; el primero siendo la tercera variación de El Contemplado de Salinas que lleva como epígrafe la palabra Dulcenombre
Desde que te llamo así,
por mi nombre,
ya nunca me eres extraño.
Infinitamente ajeno,
remoto tú, hasta en la playa
-que te acercas, alejándote
apenas llegas-, tú eres
absoluto entimismado.
Pero tengo aquí en el alma
tu nombre, mío. Es el cabo
de una invisible cadena
que se termina en tu indómita
belleza de desmandado.
Te liga a mí, aunque no quieras.
Si te nombro, soy tu amo
de un segundo. ¡Qué milagro!
Tus desazones de espuma
abandonan tus caballos
de verdes grupas ligeras,
se amansan, cuando te llamo
lo que me eres: Contemplado.
Obra, sutil, el encanto
divino del cristianar.
Y aquí en este nombre
rompe mansamamente tu arrebato,
aquí, en sus letras -arenas-,
como en playa que te hago.
Tú no sabes, solitario
-sacramento del nombrar-,
cuando te nombro
todo lo cerca que estamos.
Editorial Castalia
Págs. 78-79
martes, 9 de septiembre de 2008
Sed

Antes, era la piel la que bebía por mí.
¿Aquí, qué pasa? no hace calor...
Surcos blancos en los pies, los codos y los labios.
Una piquiña dolorosa que se enfurece enrojecida
cubre mi cuerpo de anfibio tropical
y amenaza con arrugarlo.
Pienso en el Yunque y en las cremas hidratantes
de Victoria's Secret.
En el babote de Guánica y playa sucia.
En el coppertone spf 45 que me acompaña siempre,
pero ya no.
Siento la carne cremosa del coco
y en mi abuela que no la puede evitar.
¡qué's eeeeso!
En el árbol de Panapén que no sobreviviría donde estoy yo,
por eso Abuelita es su guardián,
la ejecutora de esos tostones mágicos.
Saboreo el Johnny Walker con aguecoco...
!toma Diantia pruébalo a ver sistá bueno!
del abuelo, mi abuelo que está entero.
La guayaba con to'y gusanos,
el mangó con to'y pepa y el aguacate verdecito
que parece una bola de futball americano.
Aquí a lo más que aspiro es a que cuando llueva,
si algún día llueve,
no se me queden pegadas las gotas como cristalitos,
que resbalen y se metan en mí...
a ver si rellenan ese vacío, cada vez es más hondo,
más difícil y menos tolerante,
que sólo la dinga y la mandinga saben erradicar
Al fondo oigo a Palés:
martes, 26 de agosto de 2008
Copycat

¡Eureka!
Sí, esa es mi mayor frustración y alegría. Saber que mi idea fue buena y que llegué a ello sin ayuda, en mi defensa prometo que el plagio no es lo mío. Como no hay nada nuevo bajo el sol, es estadísticamente probable que a dos personas les interese tanto la música, la cultura popular puertorriqueña, la literatura y las conexiones que manifiestan, que lleguen a querer investigar lo mismo, una pena que se me adelantaran.
Recomiendo efusivamente la lectura del libro de Aparicio, no sólo por las referencias literarias que en él se hacen si no para la mayor comprensión de la cultura e idiosincracia puertorriqueña. Dado que mi vida académica transcurre mayormente en Europa, es una gran herramienta para ilustrar las claves que acompañan la producción literaria de la isla y la importancia de la música en el imaginario caribeño. Desde luego que formará parte central de la bibliografía de mis nuevas y secretas inquisiciones doctorales, pues no podría alejarme de la música que tanto me mueve y me mantiene cuerda en mis estancias mediterráneas.
jueves, 14 de agosto de 2008
Almas Gemelas

Somos absurdamente complementarias. Una es alta, la otra bajita. Ella hace belly dancing y yo todo menos eso. En ella he encontrado el zafacón para todo el conocimiento inútil que tengo. Y ella deposita en mí toda la sabiduría cósmica que no he tenido la oportunidad ni la visión para adquirirla. Todos los días tiene una aseveración tan cierta, tan basta que merece ser citada por las próximas dos semanas. Es la creadora y yo la crítica, tanto en oficio como el realidad.
Comemos de todo y de alguna manera hemos llegado a que nos guste la cocina, ella en los arroces y yo en las pastas. Disfrutamos de un buen vino igual que odiamos la cafrería. Nos empujamos mutuamente a no tirarlo todo por la borda y dormir el resto de la eternidad. Soñamos con ser ricas en el futuro y el día a día nos vuelve impacientes. Además, sufrimos la misma "claustrofobia insular". Sin saberlo, coincidimos en nuestra formación universitaria hasta el día en que nos conocimos por segunda vez. Momento en el que, inevitablemente nuestras vidas se iban haciendo geográficamente distantes y complicadas. Es tal nuestra comunión que no tenemos que explicar las cosas.
Me apena que más de la mitad del tiempo se convierte en palabras y sonidos, que no podemos compartir y que nuestros sueños nos separen por ahora. Me alegra saber que, por ello, no tiene que dejar de estar en mi vida. Que siempre estará y será. Que está de mi parte, hasta cuando cree que no tengo la razón. Que es mi amiga por encima de otras cosas y que confiará y confiaré ciegamente en que hará lo correcto para protegerme y enseñarme. Que este miedo que siento es sólo una fase dictada por cosas que no podemos evitar y por momentos truculentos en nuestras vidas donde el silencio es lo que nos une. Me necesita para localizarse físicamente y yo para encontrar mi camino entre la maleza de mis pensamientos. La necesito tácitamente tanto como ella me dice que me extraña. Ahora que me ahogo más y más es quién único me sabe llevar a la superficie sin ahogarse conmigo.

No sé dónde estaba cuando ocurrió la coincidencia que nos llevó a ese salón donde nos vimos por primera vez, dónde se desató la cadena de eventos que nos devolvió al aula fría en la que nos sentamos cerca y empezamos a hablar porque nos parecía que nos (re)conocíamos. Pero agradezco a la suma de casualidades que es la vida que nos dirigiera a donde estamos ahora y, aunque sigo echándola de menos, podemos compartir nuestro camino. Ella la pluma y yo la hoja.
domingo, 10 de agosto de 2008
Cucaracha en baile de gallinas

Es cierto que esta es la primera vez que estoy "de visita" en mi casa. Eso conlleva que te atiendan especialmente porque eres la novedad... pero lleva consigo la sensación de estorbo. Cuando ya no eres la novedad de los primeros días, te conviertes en una cosquillita en la parte trasera del cerebro de los demás, que no pueden hacer más que seguir con sus vidas de las cuales tu estás permanentemente ausente. La costumbre lleva una inercia que te desplaza y la soledad te azota. Así como llego alérgica a la sangre ensalitrada del boricua hasta que salgo de la anafilaxis porque se me salan las venas, soy alérgica sin cura a la soledad. El mayor síntoma de ello es que me pongo tremendista y profundamente triste.
Supongo que todo es parte del paso del tiempo, el crecimiento de las responsabilidades y la necesidad. Los círculos sociales se vuelven claustrofóbicamente pequeños y los momentos de esparcimiento son un lujo que el salario no te permite salvo ciertos fines de semana, horas de "break" y días feriados. Los cumpleaños se vuelven obligaciones y las cenas, un estrés. Los deberes laborales son una de las pocas cosas que sabes que no te abandonarán y que más te vale no defraudarte a ti mismo porque si no ya si que te quedas más solo que la una. Al menos los míos los he escogido yo y tengo que placer de disfrutarlos, cosa que no mucha gente puede afirmar.
A veces me aterra aferrarme más a mi familia porque cuando me voy es devastador. No quiero dejar de pensar en cómo son las cosas y cuáles son mis responsabilidades porque si me envuelvo y me la paso demasiado bien lo echo tanto de menos que me enfermo en el otoño y echar de menos aquí a los que echo de menos todo el año es intolerable. Comer, escribir y dormir no son suficientes para mí, así cualquiera se transforma en cucaracha. Fácilmente te reduces a ser: La que estudia en Sevilla, interesante al principio, pero de poca resistencia de atracción. Las posibilidades de relaciones a largo plazo son casi inexistentes porque, no es que tenga un flight risk, es que tengo el billete de avión comprado. Cuando estoy, suelo estar tan available que las semanas de visita se me vienen encima y no las aprovecho. Me paso quejándome (que raro...) y en negación cuando ya me queda menos de un mes. En el fondo, temiendo que esos cuatro gatos que habitan mi círculo, se resignen a la idea de que no estoy, que no quieran volver a aferrarse para que mi iminente partida les haga menos daño. Así es, tengo miedo. No puedo evitar sentirme como una cucaracha en baile de gallinas.
sábado, 9 de agosto de 2008
Brindar...

Tengo que haber brindado con la mano equivocada
y haber mirado donde no era.
Brindado con agua y por la razón incorrecta.
Quizás por timidez no miré a los ojos cuando debía,
y ahora sufro las consecuencias de mis torpezas.
Desde entonces la mala suerte me persigue...
¿Será simplemente mi suerte... y no mala?
¿que no hay otra suerte?
Que desde el principio el listón quedó muy alto,
que lo que queda está escondido entre la maleza...
¿Yo qué sé?
Quizás sean siete los años que necesito
para que mi fortuna regrese de las aguas turbias del Nadir,
donde lleva navegando sin rumbo, sin marinero, sin compás;
sobreviviendo al paso irracional de mis antojos,
al tintineo de cada par de nuevos ojos...
al abrazo mediocre, al pico forzado,
a la insensatez de una caricia fabricada.
Así lleva colgando de un ingenuo hilo
que el cinismo está loco por cortar.
¿Cómo será la vuelta atrás? El regreso al Cenit.
Si la calma viene después de la tormenta... le va tocando.
Aunque no puedo evitar pensar que ascenderé latitud a latitud,
recuperando el corazón en cada escalón donde lo fui dejando,
dándole la vuelta al mundo un latido a la vez.
Sin caprichos... con voluntad.
Ayer sentí el Nadir... era blando e inseguro.
Yo fui torpe e inconsciente. No dije nada.
Era el fondo y no había más que arena.
Arena en el cuerpo que te raspa, que te arde y te seca.
Alborota el pensamiento y detiene la acción.
Recubre tus pasos y confunde tus palabras.
Sólo podía recordar el Cenit.
Aquel que fue mío... suave y recto.
Donde yo era ágil y capaz. Cantaba
y caía al mar y veía colores...
Nadaba horas y sin pensar lo hacía todo bien.
Sé que ese lugar, al que una vez
llegué de casualidad y sin saber cómo,
me está esperando.
Desde que salí de allí dejé un camino
de sangre oscura que chorreaba a borbotones
cuando decidí escapar.
miércoles, 30 de julio de 2008
Dicen que esperar...

¿Qué uno espera? Depende de quién, a veces se espera por el doctor en una oficina, por la contestación de alguna solicitud, por ganarse la lotería, por el amor, una llamada, un correo electrónico, una señal. Cosas que creemos que cambiarían la realidad como la conocemos y nos impiden conformarnos con ella. No digo que debamos ser mediocres, porque se sabe que soy una inconforme de fábrica, pero ese gusanillo que no nos deja dormir en paz es el que a veces debemos desechar para que el día a día no sea tan ingrato. Esperamos lo inesperado, la vida es esperar lo sepamos o no; nos demos cuenta o no.
Esperamos llegar a fin de mes para pagar las cuentas a la misma vez que esperamos llegar a fin de mes. A veces pienso que la relación significado/significante no es tan arbitraria, aunque seguro que hay una explicación etimológica para esta coincidencia pero no lo quisiera desvirtuar. A la misma vez que esperamos impacientemente el paso del tiempo, esperamos con esperanza que nos sucedan cosas gratas. No significan lo mismo, suenan igual y son complementarias de una manera muy poética.
Para mí es imposible esperar. Ahora y poco a poco estoy sobrellevándolo mejor; lo más importante es que estoy aprendiendo a que no me afecte tanto. Siempre me tengo que recordar que se me va a pasar la vida por delante si sigo ofuscada en esperar. Lo que no puedo tener/conseguir/saber ahora llegará en su momento si tiene que llegar. Qué fácil es decirlo así en frío... pero no pasa un día que no me des-espere (otra fortuita coincidencia). Pero lo más difícil es decirle a alguien que no se preocupe, que espere, cuando sabes lo difícil que es. ¿Cómo le dices a tu hermano, que lo acaban de dejar, que tiene que seguir esperando, que se va a sentir mejor con el tiempo, pero que eso llega luego... que espere? ¿Cómo no te sientes horrible porque sabes que te lo han dicho y has querido matar a esa persona que, con buenas intenciones, te hace repasar todo a ver en qué fallaste una y otra vez?
Pues hay que aguantarse. Pero no hay que dejar que la vida se te pase de largo por estar esperando.
martes, 15 de julio de 2008
Fin de temporada

En estos últimos años que, por razones de estudio, he tenido que viajar tanto se ha acrecentado mi deseo de aprender a teletransportarme; a cerrar los ojos en Sevilla y abrirlos en San Juan. Ya ni me importa hacer maletas, siento que he perfeccionado el arte de empacar, sólo pienso en tener que sacar el portátil para ponerlo en la bandeja, quitarme los zapatos, las prendas, los abrigos... eso sí, no sueltes el pasaporte ni para subirte la cremallera! Es en los aeropuertos donde se magnifica la sensación de paranoia que caracteriza este joven siglo.
Por otro lado, le puedo ver cosas curiosas a viajar en avión... hasta divertidas (especialmente si tienes más de 12 horas). Te llevas los libros que te quieres leer, el Ipod, papeles para escribir, el portátil, la almohada para el cuello... todas esas cosas que por sí solas podrían ser una distracción, pero que en este caso componen el entramado de "actividades" que harán que el tiempo pase un poco más rápido. También están las películas (que en mis aviones normalmente son tres)... si tienes suerte te puede tocar una buena. La lotería de quién te tocará en el asiento contiguo... En este caso, tengo varias opciones: que no te toque nadie y así tienes más espacio o que te toque un tío guapo e interesante con quien charlar... también puede ser una muchacha, pero no sería tan divertido.
En mi experiencia he tenido la oportunidad de conjugar todos esos elementos anteriores en varios órdenes. A veces termino no usando nada de lo que llevé y otras lo agradezco. Realmente no se puede planear lo suficiente para montarse en un avión, por eso tengo una sola regla: mi espalda es muy preciada y no puedo ni quiero tener que cargar mucho. De modo que hago una selección según mis ánimos y me lanzo a la aventura... total, todo se ve mucho más bonito cuando te sientas en tu sitio y al fin puedes decir... "que sea lo que Dios quiera".
En pocas horas tendré que poner mi vida en las manos de los pilotos de Iberia y agradecerles que me lleven a mi casa en Puerto Rico. Con este viaje termina una temporada en mi serie, me voy de vacaciones y a la vez a preparar el guión para la siguiente. Si seré buena no lo prometo. Me cuidaré?... pues sí. Bailaré?... eso espero. Estudiaré? ... un montón. Escribiré?... pues claro. Me emborrachare? ......... Sé que me bañaré en las playas del caribe que tanto me hacen falta y veré a mi familia y a mis más queridos amigos mientras extraño a los que dejo en otras latitudes. Ellos, los que quedan en España, son los personajes regulares de mi serie y tendrán que esperar hasta septiembre para continuar con los capítulos. Por primera vez yo también me tendré que esperar. Por primera vez siento que me voy de vacaciones y que mi casa se queda en Sevilla. Que tengo un pedazo que tierra fuera de Puerto Rico que se siente propio, junto a él, un grupo de amigos que le dan sentido y hacen que quiera regresar.
A ellos les digo: Hasta septiembre!
domingo, 13 de julio de 2008
24
esas que pasan caprichosamente,
sin preguntarte si tienes prisa,
o si quieres que tarden el doble.
Las primaveras que recientemente
he aprendido a apreciar.
Los otoños que supuestamente han pasado,
aunque, gracias a Dios, sólo he sufrido tres.
Los veranos que para mí son eternos,
porque tengo sangre tropical.
Festivos inviernos que he esperado todo el año,
por los que vivo, por los que trabajo.
Veinticuatro que son...
que hacen doscientasochentaiocho lunas
que han gobernado mis emociones,
mis antojos, errores, lágrimas y alegrías.
Lunas cancerianas que llevan dentro
el trópico en el que nací, que lo tatúan aquí,
en mis octubres y febreros.
Que me persiguen y se cuelan
en mis letras y dolores.
Las hojas de ese libro que escribo con mi sangre,
hojas de palmeras, de coco y flor de alelí.
De trinitaria blanca con todo y sus espinas.
o de bugambilia rosa, que son las mismas.
Enredos de papel de pétalos...
de los que he tenido que aprender
a reconocer mis torpezas y terquedades,
a escoger mis batallas para evitar que éstas
me escojan a mí y se apoderen de mis sueños.
Los besos de fin de año
de los que sólo he gastado uno.
Esos que estoy guardando para el músico apropiado;
el que no es aburrido y siempre tiene algo que decir.
Ese que me enseña a mirar dedicatorias,
a controlar las mariposas en el vientre
y a detener el tiempo cuando aspira...
a respirar el humo de la nostalgia.
Ese inalcanzable poeta que me ha devuelto la palabra
que me apoya sin saberlo y es ejemplo sin quererlo.
Veinticuatro... donde el último ha sido
duro, solo, mal acompañado y maestro;
evidente espejo de mí misma
en el que me obligué a observar
quién soy y qué quiero,
cómo me caigo y dónde me levanto;
con quién vivo y por qué lloro.
Este último, que fue el primero.
miércoles, 2 de julio de 2008
Paseando... muslos, rodillas y tobillos.

Por ahí salieron dos piernas que buscaban el sol. Recién depiladas, estrenando un julio caliente y mediterráneo en pantalones cortos. De ida por el parque a ver si se despertaban poco a poco. Pedaleando la bici en plataformas, escuchando los pájaros que llevaban mucho más tiempo despiertos. Entrando en la ciudad dejaron las ruedas y fueron San Fernando abajo hasta entrar en la antigua fábrica de tabacos. Allí donde antes pululaban alpargatas y grandes faldas que se sofocaban mientras reliaban las hojas venidas de América, donde crearon el nicotínico vicio europeo.
Poco acostumbradas a las sandalias que habían rescatado de debajo de la cama, caminaban con cautela y gracia por el patio de la fuente, un paso delante de otro, aprovechando las pequeñas gotas que se escapaban para refrescar los músculos, sabiendo que el metro ochentaitanto que completaban sería admirado (tantos años de pliés, relevés, piruets, punta-talón, battement frappés y arabescos no pasan en vano). Entraron al bar para tomar el tan necesitado desayuno: tostadas, una para cada pierna; jugo de naranja exprimido para el resto del cuerpo; un manchao para la cabeza. Expuestas a ver si alguien interesante las veía, pero no sería esa mañana.
A la salida, después de una mañana de laboro y varios paseos por los pasillos que aun hieden a tabaco indiano, agradecieron los 38 centígrados secos (100.4º F) y el cielo totalmente despejado que iniciaba el trayecto en bici de vuelta a casa; esta vez por el río. Alejáronse de Puerta de Jerez hacia
En un par de semanas, ese par de piernas abordará un avión con destino a Puerto Rico. Un poco cansadas, quemadas por un sol diferente, pero concientes de que comienzan una travesía que ya no es circular.
lunes, 23 de junio de 2008
Control freak

Esa primera vez sí fue silenciosa, salí airosa y rejuvenecida. Para decir más, complacida. Sorprendida de lo silencioso, casi como si hubiese caído en el ojo del huracán desde arriba y que me recogieran antes de que la tormenta cambiara de coordenadas. Pero la reincidencia nunca es la misma cosa. Había tanto ruido en mi cabeza que casi no escuchaba mi entorno. Lo bueno: una vez experimentada la calma y el silencio, no es tan difícil emularlo. Al final sales bien. Pero debo reconocer que, como el que juega con fuego, al final me quemé.
Por años he sabido que soy una control freak. Eso es lo que me ha mantenido sin borracheras desastrosas o percances automovilísticos que envolvieran la pérdida de alguno de los sentidos. Pero es esa obsesión con mantener mis cinco sentidos la que me ha hecho perder el más importante: el sentido común. Mi padre siempre dice que es el menos común de los sentidos. Ahora, creo firmemente que es éste el que se encarga de mantenerlo todo bajo control y yo, la que lo quiere controlar todo, lo he estado ignorando hasta el punto que he sido "diagnosticada" por una de mis dos gurús con que tengo el radar roto. Claro, la otra lo ha confirmado.
¿Qué radar? se estarán preguntando. Pues ese que te da visión más allá de las hormonas, del pasado y del cariño. Ese que te permite verte como eres e identificar si ese del que te estás interesando te merece o, al menos, se merece que le dirijas la palabra. Siento como si llevara un tiempo en medio de un experimento en el cual alguien, por encima de mí, se estuviera entreteniendo en ver cómo la lío una y otra vez. Es cómo cuando un niño chico se regocija en ver una abeja agonizando hasta su muerte porque le han quitado el aguijón y las alas. En fin, como un pollo sin cabeza. Pues ya no más. Lo peor es que, aunque no lo quiera aceptar, el artífice de todo ello he sido yo. Oh sí, yo. Le he dado la espalda a mi conciencia y me he pasado demasiado tiempo dando batazos al aire. Repito, se acabó. Lo he visto y como no lo detenga caeré en el precipicio por haberme vendado los ojos con miles de cosas.
domingo, 8 de junio de 2008
Bonita

Llevaba tiempo que no me fijaba en ello, pero antes de dormir siempre tengo el pelo bonito. No importa si ha sido un bad hair day, me miro en el espejo después de lavarme los dientes y me da la impresión de que estoy perfectamente peinada. Me empezó a parecer curioso, hasta molesto, en una temporada que tenía novio y me daba rabia que no me viera en ese momento porque es en uno de los pocos instantes que considero que me veo realmente bonita. Tonterías, porque para eso era mi novio y se supone que mi bonitura estaba implícita. Pero lo bien que se siente una cuando le dicen en los momentos más naturales y menos pensados que somos, y repito, bonitas.
Insisto en esta palabra hasta el punto en que, por no dejarla, me invento un sustantivo con ella porque toda mujer sabe que no es lo mismo que te digan hermosa que bonita. Aunque hay muchos apelativos para expresar cosas parecidas, la simpleza de dicho adjetivo lo hace aún más especial. Sexy peca de lo que peca y sobran las explicaciones; preciosa, hermosa, bella y otros sucedáneos, a pesar de ser poéticos, pueden estar, igual que la anterior, fuera de lugar según el contexto. Linda, mona y agraciada, desafortunadamente, se han empleado demasiado como piropos normalitos, típicos para cuando no se quiere quedar mal, tanto que han perdido la gracia que el diccionario les adjudica. Ahora bien, guapa tiene pase, aunque suena fuerte, fonéticamente hablando (por sus consonante explosivas y vocales fuertes), tiene el carisma perfecto para encajar en cualquier contexto. Eso sí, ya por opinión y capricho, en pocos momentos alguna de las palabras anteriores ha superado la eficacia comunicativa de el vocablo bonita.
Me gusta pensar que casi siempre que se nos dice bonita de frente, realmente estamos hermosas pero prefieren un término que añada ternura. Es esta última de la cual me agarro para fundamentar mi gusto por dicha palabra, lo tierno es indispensable desde el principio hasta el final, y no hay mejor piropo que lo mantenga que: “¡Qué bonita estás!” Me refiero a la ternura que alimenta un naciente romance que, ya sea apasionado o de inicio infantiloide, no debe carecer de ella. Es ésta la que da paso a la fantasía y al lirismo que sustentan la chispa inicial y va permitiendo el desarrollo de una amistad más allá de lo fraternal. Ella atenúa los roces de lo extraño y amaina los malos entendidos tan comunes de los primeros días. Al final, crea la expectativa y el deseo de cariño, hace que se establezca un intercambio real de sentimientos y sensaciones que dejan correr la subsiguiente pasión y el tan temido tiempo sin ningún infortunio.
Para añadir más, los puertorriqueños (especialmente nosotras) llevamos por dentro el cariño a dicha expresión gracias a la patria. ¿Qué mejor manera de llamar a nuestro terruño que Isla Bonita? Somos hijas de la tierra, nuestra nación es mujer; antes que llamarla país la nombramos nación. ¿No bailamos “Niña Bonita” con nuestros padres cuando celebramos nuestros quince años? Ese primer día que dejamos de sentirnos unas niñas bonitas y pasamos a ser unas señoritas bonitas. En algunas familias o en el campo, todavía se hace un quinceañero en toda regla. Las 14 damas, todas menores y correspondiendo a uno de los años de esas primaveras pasadas; el traje blanco y el cambio de zapatilla por zapato de tacón; en fin, un escenario de una quasi recepción matrimonial que responde a la tradición de entrada en sociedad de las mujercitas bien. Ahora, en la ciudad, se ha difuminado la tradición pero aún escuchamos la danza “Mi Niña Bonita” en honor al mejor piropo, el más cariñoso y el más adecuado para alguien especial. Claro, de más está decir que también tiene el beneficio de que puede trascender lazos romántico-afectuosos o familiares.
¡Qué tantas cosas bonitas! Apodar a Puerto Rico como Isla Bonita nos lleva, sin posibilidad de evitarlo, a pensar en el sol. Ese sol dorado que nos ilumina a diario y nos tuesta la piel. Evidentemente la Isla, la tierra, nos recuerda al verde tropical que la cubre, pero no puedo contener adjudicarle el color amarillo a todo lo bonito. La pasión es roja; lo sexy, negro; las cosas preciosas son púrpura o aluden a las piedras ornamentales, al brillo exuberante; lo lindo no puede ser más que rosado. Pero lo bonito es amarillo, dorado. No brilla excesivamente como lo precioso, no es tan fuerte como el rojo, no son tan artificiosas como las piedras o tan profundo como el púrpura. Es simplemente tan perfecto, como el sol, que en todas sus tonalidades ilumina, dese el blanco hasta el anaranjado. Ese amarillo del centro de una margarita que adorna lo justo para ser especial, o el de una rosa que trasmite amistad, cariño y aprecio.
Evidentemente no he llegado a esta conclusión sólo con mirarme en el espejo y ver que mi pelo se burla de mí antes de irme sola a la cama. Pero sí gracias a la pregunta inocente de ¿por qué será que siempre me veo bonita antes de dormir?
jueves, 5 de junio de 2008
Miniatura
Creo que es porque soy grande, pero me encantan las cosas en miniatura. Las más bonitas son las que pertenecen en la cocina pero la gente las pone en curios para su exhibición. Una cucharita no brilla igual que sus hermanas mayores, pero no estoy hablando de la cuchara del azúcar, las que me gustan son las del juego del té. También la jarrita que se usa para calentar la leche, esa en la que no cabe más que para el café de dos personas. Estaría de más decir que también me ocurre con los zapatos, producto de mi atracción hacia ellos más el tamaño de mi pie. Por ejemplo, me fascinan los zapatos de punta afilada pero, al verlos en mi talla, parece que voy a esquiar en agua.
En el London Museum hay una exhibición de hermosos ejemplares de ropa de la época Victoriana. Sé que mi gusto por la vestimenta antigua ayuda, pero lo que más me atrae es que son pequeños trajes de señora de palacio que van acompañados de zapatos forrados de tela a juego y diminutamente proporcionales. Obviamente me gusta la ropa de bebé, esa que hace que parezcan señoritos, creo que mi pieza favorita son las converse para toddler.
Puede que responda a mi herencia hispano-caribeña y a nuestro afán por decir todo en diminutivo que me he hecho más sensible a las cosas pequeñas. A eso hay que añadirle la conciencia que tengo de mi gran tamaño. Así, casi todas mis amigas son pequeñas y las dejo aún más chiquitas cuando insisto en ponerme tacones. Ninguno de mis novios ha sido más alto que yo, aunque no lo quieran aceptar y se lo achaquen a mis zapatos. Esto explica el porqué tengo dos pares de cada zapato de salir en el mismo color; uno plano y otro de tacón alto. De esa manera, evaluando mis opciones, mi ánimo y acompañante, decido cuál ponerme.
Realmente creo que la naturaleza quiere que haya equilibrio, los chicos altos tienen novias hermosas, pequeñas, bite size. Los más bajitos son los que se lanzan a la aventura de cazarnos a las altas, llevan una chispa que sopesa sus centímetros de menos, son más ágiles y se contraponen a la típica torpeza del grandullón. Claro, las excepciones existen, y confirman la regla. Pero, ya que llegué de hablar de cucharillas a hombrecillos, digo que me encantaría que ese que confirme la regla, que supere los 180cm, que no sea tan torpe venga y se atreva a acercárseme porque temo que si viene uno de esos pequeñitos, bellos, babyface, lo que pase sea que me den ganas de meterlo en un curio y dejarlo ahí.
Realmente no estoy tan sola...

Realmente no estoy tan sola… aquí se te extraña tanto… ¿quién está contigo? Si ni siquiera estás tú. Tú sigues aquí, sin ti, conmigo. Sólo tú que estás conmigo y no te fuiste contigo.
Me quedé con lo mejor de ti. El recuerdo está conmigo, es lo único que tus estupideces no me pueden quitar. Te llevaste el cuerpo con lo malo, lo bueno lo tengo aquí conmigo y te lo quiero dar porque me duele que no lo tengas. Me duele verte y que seas otro, me molesta que no puedas ser el que quise. Tendrá que ser otro. Se me tendrá que quitar la nostalgia, porque ni siquiera buscándote en lo más profundo del recuerdo revivido pude encontrar lo que ahora sólo vive en el pasado, sólo es reminiscencia.
Te conocí, pero ya no te conozco, no te soy útil, no te sirvo para nada. Me conoces, quizás todavía sabes descifrarme, pero no me sirves en el presente ni en el futuro. La terquedad no me deja desestimar el recuerdo y claudicar. Mi subconsciente no me deja porque te sueña.
Soñé que salías con dos a la vez y que llegaste a mi casa y en un momento dado te pregunté por qué no escogías a una de ellas y te hacías realmente feliz, que te esmeraras en hacerla feliz. Ante ese comentario me contestaste que si quisieras ser feliz con alguien lo serías conmigo. Me sentí, en sueños, molesta, triste y dolida por cómo tirabas la toalla. Por cómo dejabas que tu vida pasara sin buscar mejorar, sin querer plantarte y lograr tus propios sueños y ambiciones.
No te preocupes, se acabó la “condescendencia”, es inútil ser sincero con el perro del hortelano. Inútil esperar que actúes para tu bien porque no veo bien en ti y me temo, que aunque es también mi pedantería, el bien que vi en ti me lo quedé. Egoístamente te lo exprimí y te dejé desamparado, vacío.
Parece mentira que todavía tenga días como hoy, que haya canciones que me hagan sentir así, que hagan que me contradiga. Prefiero pensar que no dejo de ser fuerte por pensar estas cosas, por soñar contigo, por sentirme sola y por sentirme acompañada de tus recuerdos, por echar de menos tu cariño y por, a veces, pensar que estoy en un callejón sin salida. No dejo mi fortaleza nunca, con ella espero abrirme paso lejos de ti. Reconocer que no volverás a ser el mismo y que de ninguna manera podré reconocer en ti, ni el pasado, ni el presente, ni el futuro.
Un día sí, un día no… a veces estoy más acompañada… pero ya no son 8,000 los kilómetros que nos separan; son más: es gente, experiencias, anhelos, peleas, abrazos, playas, camas, amigos. Lo que me queda es escuchar la memoria cuando ciertas cosas la desatan, en este caso ha sido una canción.
sábado, 31 de mayo de 2008
Ya sé por qué me miras con esos ojos.

Alanis dice que debes saber…
Primero lo primero, para no romper con la cronología porque hay cola para mis palabras.
Había notado unos ojos tristes, pero no lo eran; de culpabilidad, pero tampoco; de pedir perdón, no; justificantes… menos. Siempre acompañados por una sonrisa apologética que me hacía preguntarme qué había sucedido tras de ellos, qué pensaban y qué habrían hecho para hablar así. ¡Ahora ya lo sé! ¡GOL!
Ya no son esos que me miraban antes inocentes, oh no, ya no. Tampoco dicen aypobredemí como pensaba torpemente, ni fingen prometer futuros que se quedaron en la sola imaginación. Son ojos de pez, puede que, algunos días, hasta de pescao. Ojos que lo único que saben hacer es engañar, omitir, sugerir; correrle la máquina a quien sea que los mira. Pero ya no. Ahora los miro sabiendo, entendiendo, conociendo la poca necesidad real y la mucha necesidad aparentada.
Se acabó el partido, GOL, ¿empataste? No… porque en este juego no hay ganadores a corto plazo. No, doce lunas no son suficientes para saber, hay que seguir esperando, ten paciencia. Aprende a tener paciencia.
En el silencio encontré la respuesta.
Ya sé por qué me miras con esos ojos.
martes, 27 de mayo de 2008
A tus días vacíos

Te quedaste sin una seña en mi calendario;
pasaste desapercibido de mis letras hasta ahora
que te escribo unas palabras para recordarme
de lo que pudiste haber sido,
de lo que pude haber sentido.
Acepto el haber sido egoísta, no sé hacer más.
Fui siempre con cautela buscando el fallo
Hasta que lo encontré, quizás en ti…
Quizás en mí.
¡Qué manía la mía de coger manías!
¡Qué afán el de rebuscar!
De apuntarlo todo, de observar.
De querer pensar primero
que dejar al corazón actuar.
Sin embargo creo que contigo fue diferente,
por racionalizar, precisamente.
Sé que te di el beneficio de la duda,
sé que no le di importancia a las tonterías
que a la postre cayeron una a una en su lugar.
Un lugar oscuro, cuadriculado, en el que te coloqué
para que no me molestaras cuando te dijera
que con las personas que caen en mi libreta de matemáticas
no puedo hablar de corazón.
Tú hablabas en cámara rápida,
yo lo veía todo en cámara lenta.
No podía dejarte esperando a que llegáramos a la vez
porque no íbamos al mismo lugar.
Cuando te sentías espontáneo,
yo te sentía artificial, prefabricado;
malamente ensamblado tu hablar.
Era incapaz de percibir la gracia…
¿realmente crees que tenía gracia?
… Entonces, al tiempo, miré mi calendario
lleno de anotaciones y vi tu tiempo vacío,
¿qué me dio para no escribirte?
Quizás no erré en dejarte…
viernes, 23 de mayo de 2008
Una Cosquillita...
Pido disculpas por haberme ausentado tanto de mis margaritas. Pero aquí hay algo que llevaba escrito hace días y pensaba que necesitaba completarse, pero al leerlo hoy me di cuenta que está justo donde tiene que estar.Hace días que no me paraba a pensar en los hombres, que no me preguntaba por qué no me habían llamado, que no me hundía en mi supuesta mísera soltería. Ayer, precisamente, me di cuenta del porqué. Últimamente tengo quinientas cosas en que pensar y ninguna de ellas tiene que ver con las superficialidades y banalidades masculinas. Estoy buscando piso, compañeros de piso que quieran pagar lo que cuestan los apartamentos decentes, tenía que hacer la compra, lavar la ropa, ir al círculo, instalarme en el despacho y, por si fuera poco, estoy en medio de la redacción de la propuesta para el proyecto de investigación de mi Doctorado. ¿Dónde deja esta larga lista de prioridades a los hombres? Antes, ignoraba mi trabajo y obligaciones elucubrando realidades y repasando pasados, pero ahora están a la cola de un largo proyecto de vida que, al parecer, no los incluye. No estoy hablando de que he cortado relación con mis amigos, me refiero a los pensamientos que antes me hacían perder tanto tiempo en barajar posibilidades de relaciones romántico-afectuosas con posibles candidatos; los cuales estaban, en su mayoría, idealizados. And then life hit me!
Me pregunto si de veras han caído en mi escala de prioridades o si son como un dolor migratorio que siempre tienes pero, según la temporada, te duele más o menos; que pasan de ser dolor a una cosquillita aquí en el costa’o… Y como cualquier cosquillita, con el tiempo, logras domarla y decidir cuándo reírte o no, decides si le haces caso o no, en fin, es UNO quien decide si se distrae o no.
martes, 29 de abril de 2008
Amor y Café
Hace un tiempo dejé de tomar café por las mañanas por miedo a hacerme dependiente de él; para que no me dieran dolores de cabeza si no me tomaba la dosis matutina de cafeína que el delicioso sabor del grano provee. Supongo que responde a mi eterno afán de controlarlo todo. Lo hice en el momento preciso, todavía no era consumidora habitual de café, aunque iba directamente a ello. No me costó trabajo y no lo echo de menos en las mañanas. Afortunadamente, no sé lo que es un dolor de cabeza por abstenerme al café.
A pesar de todo, me encanta. Me gusta, especialmente, su aroma; me recuerda a la tierra, a las mañanas frescas y ociosas en las que me puedo dar el lujo de prepararme una taza de café porque no he dormido lo suficiente o, simplemente, porque se me antoja su amargo resabio. Me gusta cómo, cuando se está colando, todo se impregna de su olor. Un olor cremoso y tropical, insistente pero no permanente. Me gusta lavar la cafetera italiana porque, por un momento, vuelve a oler a café.
Entonces me puse a pensar; ¿cómo escogí dejar el café? Fue una decisión repentina producto de la sensación de incomodidad que me produce la cafeína. En fin, lo dejé porque no me gusta cómo me siento al tomar café. Me da taquicardia y me paso el resto del día temblando. Al principio no sabía bien por qué me sucedía hasta que lo descubrí y tuve que desistir de dicho manjar. Aunque me costó varias mañanas de negación en las que pensaba que no me iba a afectar. Pero ¿cómo es posible que me encante algo que no tolero?
Recientemente tuve la misma situación en otro contexto y no pude evitar preguntarme si éste es mi modus operandi o si realmente estuvo justificada mi decisión. Después de relaciones largas uno tiene más claro qué es lo que quiere y espera de su posible media naranja. Te sientes completamente preparado para enfrentarte a los kilos y kilos de naranjas que hay por ahí. Entonces comienza el período de caza y recolección en el que no se puede evitar pescar unas cuantas frutas podridas.
Superados los distintos grados de fermentación que podrían tener los anteriores, encuentras una naranja reluciente, perfecta en el exterior y con unas visiones de futuro que complementan perfectamente el naranjo que quieres crecer. Empiezan a quedar y vas viendo que todo aparenta ir bien hasta que el naranjo se va viendo cada vez más claro y saludable a largo plazo pero, a corto plazo, no sabes cómo hacer para no exprimir antes de tiempo el jugo que sabes que en algún lugar está dañado.
Ahí comienza la obsesión por encontrarle el fallo. Todo es muy perfecto, pero estás siendo demasiado tolerante. No te gustan las bromas que hace constantemente pero las achacas a los nervios. No echas cuentas a los silencios extraños que comparten cuando no se han visto ni tres veces. Pero llega el día en que dice algo que hace que el resto de tus incomodidades cobren sentido y dejen de ser un afán paranoico de buscarle sistemáticamente el fallo a todo. De repente, agradeces a Descartes tu manera de pensar porque te ha dado el don de verlo todo más claro. Lo que pasa es que uno no se da cuenta de todo instantáneamente; primero, niegas que te afectó pero después te pasas las horas sacando cuentas y te enteras de que ya no estás cómoda, de que lo que era tan perfecto se acabó y de que la inyección placentera de cafeína que obtuviste en un principio ahora sólo te hace estar incómoda y temblorosa. Al fin, la falta de ilusión está justificada y te sientes mejor porque llegaste a pensar que eras una insensible y que, quizá nunca te recuperarías de los fracasos anteriores.
Pues no es así, lo que pensabas que era una cáscara dura y gruesa no es más que la expresión de incompatibilidad. La negación era sólo respuesta a que, racionalmente, querías que esa fuera tu media naranja. Pero el cuerpo sabe más que uno y si en un principio no está cómodo… no se debe esperar a estarlo en algún momento del futuro.
Señalar con exactitud las razones es muy difícil, sólo sé que no estaba cómoda y me sentía fuera de mí; casi como con el café. Algo que sabes que te gusta en el momento, pero no estás seguro cómo te sentará luego, más aún cuando en el fondo sabes que no te va sentar bien nunca.
Fue divertido tener ese subidón de azúcar y café, para variar con las naranjas podridas del pasado. Esta vez aprendí que no todo lo que brilla es oro y que, aunque se vea bien en papel, congeniar en lo cotidiano es fundamental, especialmente con lo maniática que puedo llegar a ser. Por eso fue complicado detener el camino de esta posible adicción, porque en el fondo no era una naranja podrida, en este caso posiblemente yo lo era, sino que era un buen grano de café que por una razón u otra me hacía temblar de incomodidad. Ante todo, todavía no sé si mi decisión está justificada o no pero, por ahora, me tendré que conformar con la versión descafeinada, tanto del café, como del amor.
martes, 15 de abril de 2008
Música en el tiempo

Quisiera ponerle música al tiempo o, al menos, coreografiar escenas de mi vida expresamente para ciertas canciones; casi como si viviera la vida en un musical. Bailar de camino al trabajo y, antes de dormir, repasar los pasos que me he inventado a lo largo del día. Desayunar cantando y vestirme mientras estiro. Batir el amor con fuetés y después tomármelo en una taza de café. Bailar un merengue “apalmbicha’o” mientras cocino, porque estoy segura de que es bueno para el colesterol, y uno bien afinca’o como digestivo.
Contar mis pasos de ocho en ocho, de seis en seis o, en ocasiones especiales, dedicarle el úndostres del vals a un chico vestido de traje de chaqueta. Quisiera sudar una salsa gorda todos los días con alguien que la sepa bailar en clave pero que tenga las manos suaves. Que me bailen un chachachá suavecito, sin mucha cosa pero con toda la intención. Cerrar los ojos mientas me dejo llevar por el brazo que llevo en la espalda y sentir el otro brazo acercándose a mi hombro y bailar un ratito abrazados.
Quisiera marearme de tantas vueltas hasta tropezarme sobre mí misma y llorar de la risa el resto de la canción. Acompañar mi llanto amargo con danza moderna, al son del Blues más cargado de emociones que se haya escuchado nunca, y bailar las suites de cello de Bach con un lirismo corporal que ya no tengo. Cuando esté triunfante, ser la prima ballerina de la Oda a la Alegría y, cuando tenga mal de amores, bailar al compás del piano de la sonata Quasi una Fantasía de Beethoven.
Saber que estoy enamorada cuando todas las canciones de Juan Luis guerra sean obligatorias y por la noche querer montar un pa de deux al son de mi propia música. Quisiera poder llevarme las congas a todos lados para poder tocarlas y que la gente escuche lo que siento cuando estoy alegre; y aprender a tocar el piano para que hable por mí cuando estoy triste.
Quisiera que el sol hiciera su entrada triunfante al firmamento al son de trompetas y que la luna, armoniosa, fuera elevada por las notas de un saxofón. Que, cuando esté en la playa y el sol esté radiante, suenen los acordes del reggae y nunca me falte la cerveza fría. Y, en la noche, alumbrados por una fogata y la luz de la luna, que sepan a vino tinto las cuerdas de la guitarra mientras cantamos las canciones de nueva trova que hablan de la vida, de la muerte, del amor y de la libertad.
Quisiera que la vida tuviera música de fondo para hacerla mejor, para que los sentimientos tengan más impacto y no nos olvidemos de sentirlos. Para que las escenas de amor den escalofríos y produzcan esa sensación de picor debajo de la nariz pero justo encima del paladar… eso que sientes cuando tu cuerpo sabe mejor que tú que todo marcha bien. Porque la música me habla y yo la entiendo, quiero que me ayude a entender este mundo que cada vez me suena más a ruido.
martes, 8 de abril de 2008
Es la lluvia
-¿Mamá, qué es esa agua que cae del cielo gris?
-Es la lluvia.
Me alegré de que existiera una palabra para esos alfileres mojados que atacan la tierra. Siempre había soñado con tener un paraguas. Hacía mucho tiempo que no llovía y por eso mi madre lloró cuando sintió las primeras gotas de agua sobre su piel. Mi madre nunca lloraba. Me dijo que la última vez que llovió en el pueblo yo todavía crecía dentro de ella.
- ¿Ah, entonces estabas solita?
- No
- ¿Mamá que te pasa que tienes la cara mojada de lluvia?
- No cielo, ya no llueve… estamos en casa.
Habíamos entrado en casa y aun no conocía la palabra lágrima. La casa estaba extrañamente fría y pegajosa. Mis manos se quedaron frías toda una semana mientras llovía sin parar. Mamá había dejado de llorar.
***
Ella y yo siempre hacíamos todo juntas. Cuando hacía mucho sol, me gustaba ir al campo a recoger margaritas, cuando regresábamos escogíamos las más hermosas y las poníamos en la mesa de noche de su cama, pero siempre al lado contrario del que ella dormía. Al día siguiente, cuando yo entraba para avisarle que el sol ya había salido, siempre la encontraba sonriendo dormida y había pétalos de margarita en la larga almohada que tenía; siempre al otro lado de la cama. Yo le abría los párpados y le decía :
– ¡Mami, ya es de día!
Ella suspiraba y me daba un apretón que me dejaba sin aire. Por eso me gustaba ir al campo a recoger margaritas. Un día, antes de salir a buscar margaritas sonó la puerta de casa, salí de mi cuarto corriendo para ver quién era. No lo pude ver, pero mamá lloraba.
- ¿Mami, quién era?
- Nadie, sólo la lluvia.

