martes, 11 de marzo de 2008

La desesperación de una margarita


Llevo 18 días de vuelta en Sevilla de lo que fueron unas largas navidades y un corto período de investigación. Salí corriendo del frío andaluz a finales de noviembre buscando el calor del caribe y de mi hogar. También, estaba buscando un tema de tesis y mi rumbo. El tema lo encontré... ahora sí, el rumbo está todavía por verse. Sin embargo, el verme de nuevo aquí, en mi piso, con mis compañeros y amigos... ha hecho que las dudas sobre si me quedo o me voy vayan disipándose, aunque no revelaré aún el resultado de mis reflexiones.

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El 21 de febrero llegué a mi piso y me encontré con un montón de correspondencia por abrir. Entre las cartas, había una carta certificada de la oficina de extranjería de Sevilla. Rápidamente la abro porque pienso que es la cita para poner la huella que renovaría mi ya caducado documento de identidad (DNI). En su lugar, encuentro una carta solicitándome dos documentos que faltaban para completar el trámite de renovación de visado. La carta cerraba diciendo que tenía 10 días para entregarlos o mi solicitud sería desestimada. Los diez días habían pasado hacía un mes.

De repente, el cansancio del viaje transatlántico, el jet-lag, el hecho de que me habían robado el móvil en el aeropuerto de Madrid-Barajas y que me encontraba sola en mi apartamento, hicieron muy evidente el cambio geográfico. Ya no estoy en mi casa, donde tengo siempre alguien de quien recostarme, aquí mi independencia es clave para mi supervivencia (esta vez de verdad... no esa independencia que supone usar el coche de mis padres...). No pude evitar llorar.

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Un año antes, a las 8am, me encontraba en la cola monumental que se forma en la Capitanía de la Policía en la Plaza España de Sevilla. Había dos largas filas, si así se le puede llamar a los conglomerados de gente que se divisaban uno a cada lado de la puerta, dividas por un guardia de segurdad. "Comunitario! Comunitario!", gritaban con acento los de la izquierda. Mayormente gente de rasgos europeos, pero de Europa del Este. Sí también son europeos, comunitarios, aunque no tengan libertad de tránsito y empleo en el resto de los países de la UE. La desesperación se les notaba en el timbre de su voz. Al otro lado de la fila abundaban las caras de resignación que pertenecían a una gran gama de rasgos faciales: latinoamericanos, asiáticos, africanos... no hacían mucho ruido y guardaban debajo del brazo, con mucha fuerza, un sobre con papeles. En esa cola es que me tocaba a mí. "¿Para visado de estudiante?", le dije al guardia. "¿De qué país?", me contestó de mala gana, "Estados Unidos", titubé por razones que están estrechamente vinculadas al color de mi pasaporte y a las condiciones en las cuales soy su portadora. "Al fondo", me señalo la más silenciosa, pero más larga, de las colas.

Allí esperé casi dos horas a que me dieran un número para volver a esperar para que me atendiera una persona. Durante ese tiempo en el que estaba de pie, fuera de la oficina, observaba las personas que entraban y salían, que hablaban con el guardia y se iban... En ese momento pensé para mí: "Menos mal que tengo todos mis documentos en orden, sólo me toca esperar". Me tranquilizaba pensar que siempre tendría las cosas en buen estado y que no tendría que formar parte de los que no sabían si hoy les iban a conceder el permiso que buscaban. Ellos tendrían que regresar todos los días para ver si ese sería su día de suerte.

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Cuando leí, "... en el caso de que no cumpla con este requisito, se le tendrá por desistido/a de su petición..." fue como si me colocaran en la cola de la derecha, junto con todos los que tenían que probar su suerte diariamente. Lo peor era que los documentos no eran muy complicados de conseguir y que, yo pensaba, que si en la residencia no me hubieran recibido la carta... este desastre no estaría ocurriendo.

Respiré hondo y me puse las pilas para conseguir los documentos, al cabo de unos días y muchas vueltas por Sevilla, los tenía. Menos mal que soy espabilada y que trabajé orientando estudiantes internacionales en estos trámites. Pero eso no me eximía de levantarme al amanecer al día siguiente, sumándole más horas al jet-lag, para perder la mañana en capitanía; esta vez en solidaridad con todos los que tienen su futuro en España incierto.

Mis amigos me decían que no me preocupara, que yo tenía evidencia de no haber estado aquí; que, contando con la burocracia española, no habrían mirado mi expediente aún... y yo no hacía más que preocuparme. Al final, tenían razón. Mi expediente estaba intacto y en espera de mis documentos sin mayores inconvenientes. Los entregué una semana después. Ahora estoy a la espera de la solicitud para colocar la huella.

Por creerme Margarita, pensé que me distinguía entre los demás, cuando realmente soy otra más del montón de inmigrantes que viven en España.

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